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Emprendedores: sacadnos de aquí

Los superfounders tiran de la economía, sin saberlo, en un momento en el que España necesita ese empuje más que nunca.

En 2022 salió mi tercer libro Superfounders de las grandes unicornio españolas, editado por Lid Editorial. Casi todo el mundo que me ha entrevistado a raíz de la obra me ha preguntado qué es un unicornio, algo lógico, porque lo que afila en cierta medida el colmillo de la gente es la riqueza rápida. Sin embargo, Superfounders no pretende elogiar el éxito de una empresa que ha alcanzado una valoración de 1.000 millones en poco tiempo, sino el espíritu de sus fundadores.

Eso es lo importante. A los impulsores de los 12 casos de éxito les llamo “locos divinos”, “iconoclastas”, personas que ignoraron los convencionalismos sociales, para perseguir su sueño. Las premisas sociológicas imponen la importancia de estudiar, para acceder a un buen puesto de trabajo por cuenta ajena y prosperar de acuerdo con los clichés: buena casa, buen coche, complementos de nivel, dinero para ocio de calidad, apariencias sociales cubiertas… En definitiva, el reflejo de la consecución del éxito vital lo constituye un buen sueldo en alguna buena empresa.

Algo de eso ya habían conseguido algunos founders: Pedro Castillo era alto cargo en Bankinter o Enric Asunción estaba en Tesla, cuando trabajar en la compañía de Elon Musk era lo más cool a lo que se podía aspirar. Otros estaban en McKinsey. Y dejaron sus puestos bien remunerados para sacar sus proyectos vitales desde cero. Con los costes personales que ello pudiera acarrear, ya fuera trasladarse de ciudad, afrontar la frustración de visitar a decenas de inversores que les negaban su apoyo o incluso rupturas de parejas.

Conviene recordar el disgusto que se llevó la madre de los hermanos Encinar, cuando se dedicaron en cuerpo y alma a idealista (con “i” minúscula), en lugar buscar un trabajo como Dios manda. Se presume de que en Estados Unidos hay una gran admiración por el emprendedor, pero en ese país también nació el dicho “get a real job”. Al final, en todas partes cuecen habas. Encuentra un salario y paga tu hipoteca. Pues, en este caso, no.

La etapa fundacional está llena de momentos de incomprensión. De soledad. De mucho frío. La sociedad española no contempla con excesivos buenos ojos a quien se vuelca en sacar adelante nuevos proyectos. Lo nuevo molesta porque casi siempre saca de la zona de confort. Si una persona dice que está volcada en crear algo, se tiende a pensar que no tiene otra cosa mejor que hacer. Básicamente, que no tiene dónde caerse muerto.

Los superfounders no buscaban un sueldo, buscaban un sueño. Frase grandilocuente y que muchos me tildarán de cursi, pero son los héroes de hoy en día. Los que tiran de la economía, sin saberlo, en un momento en el que España necesita ese empuje más que nunca. Nuestro Ibex es una sucesión de dinosaurios. La mayor parte de miembros vale hoy menos que hace 10 años. Sus directivas, excepcionalmente bien pagadas, demuestran claramente que no saben qué hacer con sus empresas.

Tenemos un problema estructural grave y todos debemos asumir nuestra parte de culpa. Los políticos, los directivos y los ciudadanos. Sin duda, nos falta espíritu emprendedor a todos, a pesar de que el señor de a pie dirá que bastante tiene con salir adelante.

Es difícil tener el punto de locura genial de Pep Gómez, que, para ayudar a su padre, que pasaba entonces por problemas laborales, se puso a leer libros de economía, con el objetivo de crear empresas. Sí, como suena. Y lo hizo. Con apenas 16 años, había logrado llevar a su ciudad un foro de emprendimiento, con la asistencia del consejero delegado de Google, que por aquel entonces era español. Evidentemente, cuando ese alto ejecutivo vio todo aquello, se convirtió en mentor de Pep. Su nombre es Bernardo Hernández, y es una de las principales figuras del ecosistema emprendedor español.

Aun así, el recorrido de un creador no es un camino de rosas. Primero, debe tener una idea. Y volcarse en ella, con los compañeros adecuados o en solitario. En los últimos tiempos, se está hablando bastante del solopreneur, un término impronunciable en castellano que define a un fundador de start-up que desarrolla el proyecto sin más socios. Totalmente a pelo.

Las primeras rondas de financiación las aportan Family & Friends. Lo que vulgarmente se conoce como un sablazo, solicitando dinero a personas de confianza, que en muchos casos financian convencidos de hacerlo a fondo perdido, sin ser conscientes muchas veces de que, en caso de éxito, será la mejor inversión que hayan hecho en su vida. Pero mientras eso llega…

Gen resiliente

En el ADN de un superfounder reside un gen capaz de aguantar 100 veces que le digan que no. Un prodigio de resistencia, o resiliencia, como se dice ahora. El ideólogo de una start-up acude a un inversor para presentarle el proyecto de su vida y este experto, con muchas visitas similares todos los días, es capaz de tumbarle el plan solo lanzándole unas cuantas objeciones. Si es amable, le dirá que en sus propios modelos de rendimiento la idea no le proyecta la escalabilidad deseable o algún argumento similar, más o menos elegante. Pero no tiene necesidad de serlo. No son pocos los que tumban la idea con poco miramiento: “Después de analizar los primeros slides que nos has remitido, hemos decidido no continuar con el proceso”, era el frío mail de respuesta a un fundador que solicitaba a un fondo una entrevista y le daban con la puerta en las narices, hasta pocos meses.

El próximo capítulo es el futuro. ¿Dónde veremos Wallbox, una empresa que desarrolla la mejor tecnología de cargadores inteligentes?

El propio Íker Marcaide creó de la nada una compañía (Flywire) que sacó a cotizar en el Nasdaq con más de 3.000 millones de dólares de valoración y Goldman Sachs apoyando la empresa. Pues él reconoce lo mal que lo pasaba en las reuniones con inversores, con la sensación de que si volvían a decirle que no esa sería la última y cometiendo “todos los errores posibles” en el inicio. Entre ellos, fichar plantilla con buenos sueldos, algo que se come a toda marcha el capital inicial.

Esta empresa especializada en todo tipo de pagos académicos nació después de que el pago de la matrícula para estudiar en el MIT de Massachussets fallara. Al parecer, no era tan sencillo que la entidad que becaba su plaza, la Fundación CajaMadrid, abonara a la universidad americana. ¿Qué se le ocurrió al bueno de Marcaide? Crear una corporación que facilitara estas operaciones. Primero se llamó PeerTransfer, luego llegó la definitiva Flywire. La mejor start-up del mundo, llegaron a llamarla en su día.

Casi siempre, la entrada del primer capital serio (semilla o Fase A) llega por la capacidad de convicción personal del propio emprendedor. Los proyectos pueden estar muy bien, pero, por ejemplo, el 99,9% de los inversores habrían rechazado darle dinero a un joven gallego que les propusiera, en la fase semilla, una empresa que democratizara la moda, trayendo de las principales pasarelas internacionales y en tiempo récord las principales ideas para confeccionar modelos propios en una aldea de Galicia. Y, una vez confeccionados, distribuir desde ahí a todo el mundo. A precios asequibles, además. Aunque ese joven se llamara Amancio Ortega, habría sido muy raro convencer a un inversor con fríos datos. Quien le diera dinero, lo haría por ver un talento especial, un brillo en la mirada, un empuje innato, un convencimiento imbatible de su sector. No hay powerpoint ni modelo que soporte el proyecto Inditex en su fase inicial. Pero es la principal empresa española y un líder mundial.

Una vez logrado el capital semilla, vienen las fases A, B, C… para financiar crecimiento y evolución. Es la parte que menos seduce al fundador y no son raros los casos de founders que se marchan. “Soy un buen emprendedor, pero un pésimo CEO”, dice Íker Marcaide. Tampoco están ya en sus proyectos iniciales Pep Gómez, Javier Pérez-Tenessa en eDreams, o Pedro Castillo en Devo. Óscar Pierre continúa en Glovo, pero él mismo reconoce que ya no tiene el control de la compañía.

Están a otras cosas ya. Lo estarán siempre, porque ninguno ha decidido comprarse una finca y retirarse a contar billetes. Son almas inquietas, de las que necesita el mundo. Porque a ellos no les mueve sacar un dineral.

A los fondos sí, no nos engañemos. Su sueño es entrar en una fase semilla, por poco dinero, y salir en una colocación de billions de dólares. Pero es raro que ocurra. Los grandes fondos entran en fases ya algo maduras, por lo que el recorrido en valoración no se recoge tan bajo.

Porque, cuando algo no vale nada, es decir, en la fase inicial, no se le suele prestar apenas atención. Seguramente, un empleado de Google a finales de los años 90 hubiera preferido más ser pagado con un buen sueldo que con stock options de la compañía… que ha llegado a valer un billón (español) de dólares.

El próximo capítulo es el futuro. ¿Dónde veremos Wallbox, una empresa que desarrolla la mejor tecnología de cargadores inteligentes? Cotiza en el Nyse, Iberdrola está en el capital, es una realidad industrial… Está donde tiene que estar en el momento oportuno.

Cabify ha venido a dar un avance al mundo de la movilidad y esto no ha hecho más que empezar. Domestika nació de una comunidad online de techies y en la pandemia no han dado abasto a la hora de dar formación.

Las nuevas empresas tienen que ser una revolución. Tienen que darle la vuelta al Ibex. Tienen que sacarnos de esta situación de estancamiento, que dura demasiado.

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