Lo que comenzó como una esperanza de equidad y sostenibilidad está en cuestión por su falta de regulación, explotación laboral y enriquecimiento de unos pocos.
“La economía colaborativa fue la gran historia que quisimos contarnos al finalizar la primera década del siglo XXI. La gran recesión global había terminado, ocasionada por la ambición de Wall Street. La gente comenzó a buscar una economía más humana, equitativa, justa”, explica Edgar Rodríguez, presidente de la asociación mexicana de comunicadores. “No queda claro que lo haya logrado”, pone en duda a su vez.
Waze se fundó en 2006 como una aplicación de mapas, pero rápidamente se adaptó en 2008 como una solución de problemas de tráfico alimentada por los usuarios. El crowdfunding en su versión moderna, apoyado por aplicaciones móviles, cobró fuerza a partir de la crisis financiera de ese mismo año. Airbnb se cuela en las ofertas de alquiler de alojamientos turísticos de particulares en 2007, y Blablacar y Uber lanzan sus aplicaciones en 2009. Más cerca de casa, Vinted y Wallapop ponen su tecnología a disposición de los usuarios en 2008 y 2013… Y a medida que estas empresas crecían y se expandían globalmente, muchas otras iniciativas comenzaron a emerger en diferentes industrias.
La falta de regulación, junto con la posibilidad de que exista competencia desleal, son algunas de las desventajas de este nuevo modelo.
Como continúa Rodríguez, “había algo emocionante en esta narrativa: rompía con lo establecido, era informal, retaba a los poderosos. Palabras como disrupción y equidad ascendieron en el discurso cotidiano”.
No obstante, con el tiempo, esa narrativa de la que habla empezó a perder potencial: muchas de estas iniciativas han comenzado a verse envueltas en diversas disputas con los gobiernos respecto a los derechos de sus “socios” por las relaciones laborales establecidas, otras han sido cuestionadas por la falta de protección al usuario. Algunas, como Airbnb, por el efecto inflacionario y de escasez que el alquiler para fines turísticos está teniendo sobre la vivienda. E incluso, más de una, ha sido adquirida por una gran corporación, poniendo en entredicho que pueda seguir considerándose “economía colaborativa” propiamente dicha.
Una evolución compleja
Retrocedamos un poco para situarnos. Hablamos de economía colaborativa: ¿qué significa este concepto? Aunque parece una terminología sencilla, no todo el mundo la contempla desde la misma perspectiva. Hay quien considera que el trueque ya se podía considerar una clase de economía colaborativa, hay quien asegura que toda economía es colaborativa, ya que no se puede producir u ofrecer ningún producto o servicio sin la colaboración de diferentes personas…
En cualquier caso, el concepto de economía colaborativa tal como lo entendemos hoy en día empezó a popularizarse después de la publicación, a principios de 2010, del libro What’s Mine Is Yours: The Rise of Collaborative Consumption, de Rachel Botsman y Roo Rogers. Esta nueva economía, según Sharing España, colectivo de empresas que nace dentro de la Asociación Española de la Economía Digital (Adigital), se da a partir de tres elementos fundamentales: “que exista una plataforma digital, relaciones entre iguales y la intermediación de la oferta y la demanda para aprovechar recursos de manera eficiente”.
Botsman y Rogers establecen, además, tres categorías de economía colaborativa:
– Sistemas de producto-servicio: es la fórmula más habitual de intercambio, en la que una persona se beneficia de un producto sin ser propietaria de él. Esta fórmula permite transformar bienes (como, por ejemplo, un coche o una casa), en servicios.
– Sistemas de redistribución: uno de los grandes valores de las economías colaborativas en un contexto de sobreconsumo como el actual es que conectan con la economía circular, ya que permiten redistribuir bienes que no se utilizan para darles una segunda vida, u obtener una rentabilidad económica de bienes que no se están utilizando.
– Estilos de vida colaborativos: la filosofía que sustenta este modelo permite un intercambio de bienes y servicios, pero también se extiende a experiencias menos tangibles como, por ejemplo, el tiempo, habilidades o ayuda.
Este tipo de economía plantea muchas ventajas:
– Ahorro: la gran parte de productos o servicios que se ofrecen a través de este sistema tienen precios bajos e incluso simbólicos.
– Desarrollo sostenible: se estimula el segundo uso de los productos ya que lo que no se necesita puede tener un nuevo destinatario. La idea es promover un consumo moderado.
– Gestión de recursos: otro principio consiste en compartir servicios ya que lo que sirve a una persona puede ser útil para otras.
– Mayor oferta: con un segundo uso de los productos se amplía la oferta de los mercados tradicionales.
– Beneficio medioambiental: reutilizar y compartir contribuye al cuidado y sostenibilidad de los entornos.
– Ayuda a emprender: la economía colaborativa ha impulsado a muchos emprendedores a crear su propia plataforma. Además, sistemas como el crowdfunding han ayudado a sacar adelante ideas que de otra forma no hubieran logrado nunca la subvención necesaria.
– Factor humano: la economía colaborativa aviva las relaciones sociales, el diálogo y la solidaridad.
Todas estas ventajas y la apuesta de muchos inversores han hecho que este modelo de negocio incremente sus cifras de manera exponencial en los últimos años. Se espera que para 2025 llegue a los 335.000 millones de dólares, lo que supondría un aumento del 2.000% en los últimos 10 años.
¿Continuará siendo un motor de innovación social y económica, o acabará convertido en un instrumento más de concentración de poder?
Pero no todo es bueno en la economía colaborativa. Al tratarse de un modelo económico nuevo, la legislación actual no contempla muchos de los casos en los que entra en juego la colaboración entre usuarios. Tan solo hace falta echar la vista atrás para recordar las huelgas de taxis contra Uber que se registraron en varias ciudades europeas, y cómo los taxistas reclamaban derechos por haber pagado licencias y seguros a alto precio.
La falta de regulación, junto con la posibilidad de que exista competencia desleal, son algunas de las desventajas de este nuevo modelo de consumo y negocio. Otras amenazas que presenta son:
– Falta de beneficios laborales: muchas veces se trata de falsos autónomos, es decir, que son trabajadores considerados como autónomos por las plataformas, cuando en realidad deberían ser considerados como trabajadores por cuenta ajena. Los falsos autónomos suelen tener una mayor precariedad laboral y menos protecciones que los trabajadores por cuenta ajena.
– Inseguridad: algunas plataformas de economía colaborativa involucran a personas que comparten sus bienes o servicios con desconocidos. Esto puede plantear preocupaciones de seguridad para ambas partes.
– Impacto en los trabajadores tradicionales: algunas plataformas de economía colaborativa pueden reemplazar a trabajadores tradicionales o reducir el trabajo disponible en ciertas industrias.
¿Es realmente colaborativa?
Vinculado a este último punto de las amenazas de la economía colaborativa, Genoveva López, colaboradora de El Salto, analiza los criterios fundamentales de los que habla Sharing España y asegura que “nadie pone en duda el papel fundamental que ha tenido la tecnología en el lanzamiento de esta nueva forma de relacionarnos social y económicamente”. Sin embargo, cuando hablamos de “las relaciones entre iguales y los recursos infrautilizados” como características fundamentales, los sectores críticos levantan la voz y López recoge algunas referencias a tener en cuenta:
– Samer Hassan, colaborador de la Universidad de Harvard y profesor titular de la Universidad Complutense, plantea tres propiedades de la economía colaborativa: su infraestructura está centralizada en núcleos de control de datos, sus comunidades no tienen ninguna influencia en la toma de decisiones de las plataformas y, finalmente, se ha producido una importante concentración de beneficios en unas pocas manos que no redistribuyen los réditos de manera proporcional entre las personas que comparten sus recursos.
– Nick Srnicek, en su obra Capitalismo de Plataforma, expone que el modelo financiero y de crecimiento de la economía colaborativa se asemeja mucho a la burbuja de las puntocoms de los años 90: “Muchos de estos negocios no contaban con ningún tipo de ganancia, la esperanza era que mediante un rápido crecimiento iban a hacerse con una parte del mercado y eventualmente dominar lo que se asumió sería una gran nueva industria. […] Fue una época alentada por la especulación financiera, que estaba a su vez alimentada por grandes cantidades de capital riesgo”.
– Mayo Fuster Morell, investigadora de economía colaborativa, movimientos sociales y comunidades digitales de la Universidad de Harvard y del MIT Center for Civic Media, advierte que lo que nos contaban de que iba a ser una nueva forma amable de compartir recursos es, hoy en día, una forma más de extracción de valor del trabajo de muchas personas, con el agravante de la prácticamente nula aportación a las arcas públicas. “Hay muchos efectos derivados. Este tipo de plataformas de corte extraccionista capitalista tienen modelos económicos de evasión fiscal y no contribuyen allá donde actúan. Pensamos que Uber cuestiona los derechos laborales, pero no es solo eso, este modelo económico cuestiona el Estado de bienestar en su conjunto”.
Adriana Margarita Porcelli, profesora adjunta de la Universidad Nacional de Luján, también se suma a esas voces críticas con la economía colaborativa: “la gran paradoja es la contradicción entre los altos ingresos de estas plataformas frente a los bajos costos, entre ellos el coste laboral ya que desconocen la existencia de cualquier tipo de relación laboral de dependencia”, asegura. Incluso llega a la conclusión de que, en los últimos años, el mismo concepto de economía colaborativa se ha desdibujado “ya que dichas plataformas, aprovechando el modelo de negocio de la economía colaborativa, ofrecen un servicio de intermediación, poniendo en contacto a prestadores de servicios con usuarios, a través de una aplicación móvil. Especialmente las plataformas de transporte privado de pasajeros comienzan a tener un encuadre diferente, apartándose de la noción de plataformas colaborativas para acercarse al capitalismo de plataformas (o platform capitalism)”.
Unas advertencias que recogía el informe del Instituto de Innovación Social de Esade ya en 2016. Si bien puede parecer desfasado, el fondo del estudio tiene mucho de vigente, pues a la vez que reconocía las bonanzas y sentido social de estas actividades, lanzaba algunas alertas. Entre otras, que sus propietarios y accionistas son quienes se apropian de la mayor parte del valor que genera el negocio sin ser los dueños de los activos que aportan terceros. La cuestión es que “en la economía digital, en la que se mueve la economía colaborativa, se tiende a la concentración de poder progresiva, y se convierte en algo más próximo al sistema oligopolístico”, es decir, “en el que dominan unas pocas compañías”, explica David Murillo, doctor en Sociología, profesor de Esade y uno de los autores del estudio, en el que también participaron la Fundación Abertis y EY Fundación España. De hecho, más del 90% de los beneficios de la economía colaborativa se lo llevan un 1% de las plataformas, advierten algunos analistas.
Todo esto pone en entredicho el modelo de la economía colaborativa, que afronta ahora una realidad compleja. Lo que comenzó como una esperanza de equidad y sostenibilidad está en cuestión por su falta de regulación, explotación laboral y enriquecimiento desproporcionado de unos pocos, desafiando su identidad como una verdadera colaboración entre iguales. ¿Continuará siendo un motor de innovación social y económica, o acabará convirtiéndose en un instrumento más de concentración de poder y desigualdad? La respuesta depende de cómo afrontemos los desafíos actuales y cómo abordemos la necesidad urgente de regulación y responsabilidad en este nuevo paradigma económico.
Ejemplos de empresas con modelo colaborativo
La economía colaborativa está presente en una gran variedad de sectores y actividades. Más allá de que en algunos casos haya derivado en auténticos negocios, estos son algunos ejemplos:
– Plataformas de transporte compartido: servicios como Uber, Lyft, Sidecar o Blablacar permiten a los conductores particulares ofrecer servicios de transporte a cambio de una tarifa. Así se aprovecha la capacidad de los coches y se ofrece una alternativa a los servicios de taxi tradicionales. Además, también hay otras plataformas de carsharing en las que se puede compartir el uso de vehículos sin servicio de conductor, como son ZipCar, EasyCar, car2go, Autolib y Velib.
– Alojamiento compartido: plataformas como Airbnb, HomeAway, HouseTrip, 9Flats, Wimdu, Onefinestay, Roomerama, Sleepout, Love Home Swap y Holiday Lettings, se utilizan como el medio para alquilar espacios de vivienda. Así se consigue, por un lado, que los propietarios obtengan ingresos adicionales y, por otro, que los usuarios accedan a una variedad de opciones de alojamiento más allá de los hoteles tradicionales.
– Crowdfunding: a través de plataformas de crowdfunding como Kickstarter, Verkami o Indiegogo, se puede contribuir económicamente a proyectos o ideas en desarrollo. Esto permite que los emprendedores obtengan financiación y respaldo de la comunidad.
– Intercambio de habilidades: sitios web como Skillshare, Couchsurfing, Fiver o UpWork permiten a las personas compartir sus habilidades y conocimientos con otros. Así se facilita el aprendizaje y la adquisición de nuevas habilidades sin la necesidad de instituciones educativas formales.
– Compartir herramientas y equipos: algunas plataformas, como Peerby, sirven para prestar o alquilar herramientas y equipos entre sí. De esta manera, se evita la necesidad de comprar artículos que solo se utilizarán de forma ocasional.
– Compraventa de artículos de segunda mano: en esta categoría destacan empresas como Vinted, especializada en ropa, y Wallapop, donde el usuario puede encontrar una numerosa oferta de artículos de segunda mano a los que poder dar una segunda vida.
– Coworking: permite compartir el costo del alquiler de la oficina, los servicios públicos, el almacenamiento, el correo y los suministros de oficina con otros profesionales.