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¿Cuánto es suficiente?

Debemos replantearnos si los bienes que consumimos mejoran nuestra calidad de vida o simplemente perpetúan un ciclo insostenible de gasto y consumo.

Europa es un continente en el que se dan grandes disparidades en términos de ingresos y calidad de vida. Estas diferencias se hacen evidentes cuando comparamos los salarios medios entre países del norte y sur de Europa, y entre el este y el oeste. A pesar de que la cesta de la compra en ciertos lugares se adapta en parte a estas desigualdades, millones de personas aún luchan para llegar a fin de mes, debido al estancamiento salarial y el aumento del coste de vida. Los salarios, que llevan mucho tiempo sin grandes cambios, no han podido seguir el ritmo de la inflación ni de los costes crecientes de bienes y servicios esenciales.

Los datos actuales muestran que, mientras países como Luxemburgo y Dinamarca cuentan con sueldos que superan los 40 €/hora, en otros, como Bulgaria o Rumanía, los salarios apenas alcanzan los 10 €/hora. En el caso de España, la media es de 18,2 €/h. Por otro lado, el coste medio de vida en Europa también tiene grandes diferencias.

Adicionalmente, la desigualdad ha ido en aumento, concentrando la riqueza en manos de una pequeña parte de la población, cuando la mayoría afronta dificultades económicas. Según la OCDE y Eurostat, la diferencia en ingresos y poder adquisitivo entre el 1% más rico y el 50% más pobre, sigue creciendo. Esto se da en todas las regiones, independientemente de los ingresos medios per cápita.

Urgen nuevos y valientes marcos regulatorios, como por ejemplo la Corporate Sustainability Reporting promovida por la Unión Europea.

Por otra parte, el consumismo impone aspiraciones que, a menudo, están fuera de nuestras necesidades. Se ha normalizado adquirir productos que en realidad son necesidades secundarias o incluso terciarias para la mayoría, como por ejemplo el último modelo de teléfono inteligente o tener un coche de alta gama. La influencia de la publicidad globalizada ha hecho que todos anhelemos bienes considerados de lujo. Esto es irracional desde una perspectiva económica y ética. ¿Cómo puede justificarse que una persona, independientemente de los ingresos que tenga, se endeude para tener un coche de lujo, que pasará la mayor parte del tiempo aparcado?

Si bien es cierto que algunos bienes de primera necesidad, como los alimentos, pueden ser más baratos en países con menores ingresos, los productos de lujo tienen precios similares en toda Europa. Esto significa que un ciudadano en Noruega, con un salario muy superior, paga lo mismo que un español por el último modelo de teléfono móvil, aunque la proporción de su sueldo destinado a este bien sea muy distinta.

Frente a este escenario, la pregunta no es solo cuánto deberían aumentar los salarios para que las personas podamos vivir con dignidad, pudiendo acceder a una vivienda y alimentos básicos, sino también, en relación con el consumo de productos de lujo, cuánto es suficiente. Como individuos, independientemente del poder adquisitivo que tengamos, debemos replantearnos si los bienes que consumimos, especialmente aquellos no esenciales, realmente mejoran nuestra calidad de vida o simplemente perpetúan un ciclo insostenible de gasto y consumo.

También deberíamos preguntarnos si los productos de “lujo” deberían estar sujetos a un tratamiento fiscal que desaliente su consumo innecesario. La libertad del consumidor es importante, se debe preservar, y ésta no debe socavar la sostenibilidad del planeta y la justicia social. Sin menoscabar esa libertad, ¿sería posible gravar los bienes considerados de lujo o insostenibles con impuestos progresivos? Estos impuestos harían que dichos productos lujosos, o los que contribuyan significativamente al deterioro ambiental, fueran igual de inaccesibles para todas las personas, independientemente de su nivel de ingresos.

Durante décadas las empresas han buscado la forma óptima de adecuar su propuesta de valor a las necesidades de los clientes, obteniendo un retorno, principalmente en forma de beneficios. Este paradigma ya no es válido. Las empresas, y en general cualquier tipo de organización, no operan solas. Están inmersas en un ecosistema cuya sostenibilidad resulta clave. Es por eso que lo deseable son las organizaciones de impacto positivo, capaces de generar valor para todos los stakeholders, en un marco de consumo libre, consciente y sostenible. Y es urgente que cambiemos la mentalidad de consumo tradicional, contando para ello con nuevos y valientes marcos regulatorios, como la Corporate Sustainability Reporting promovida por la Unión Europea. Urge abandonar el puro negocio, cuyo único objetivo es el beneficio económico, para pasar a nuevo paradigma de comercio sostenible. Y, como personas, entender cuánto es suficiente para la dignidad de todos y para la protección y regeneración del planeta.

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