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Nuevos y viejos retos para Europa

¿Cuánta Europa puede soportar Europa antes de que las dinámicas centrífugas la debiliten? Debemos ser conscientes de que los logros de Europa están en juego.

En los últimos tiempos se ha convertido en un tópico, y pese a ello es cierto, constatar las preocupaciones por el posicionamiento de la Unión Europea en el complejo entorno geoestratégico global. Estudios recientes, como los informes encargados desde las instituciones europeas al exprimer ministro italiano Enrico Letta y al expresidente del BCE Mario Draghi, insisten en que son necesarios cambios de calado para tratar de no seguir perdiendo posiciones competitivas ante la vertiginosa carrera emprendida por el liderazgo mundial por parte de Estados Unidos y China. El papel reforzado de las políticas industriales nos recuerda que a lo largo de la historia los roles hegemónicos se han asociado a los avances tecnológicos: Europa, con Inglaterra en primer término, ascendió a posiciones de liderazgo en el siglo XIX gracias al aprovechamiento de las enormes ganancias de productividad de la primera revolución industrial, que posteriormente aprovecharon en Estados Unidos para conformar lo que durante muchas décadas hemos denominado “economías avanzadas” en detrimento, hace dos siglos, de países como China e India que, según datos de los historiadores como Maddison, encabezaban hasta entonces lo que hoy llamaríamos los rankings. No puede sorprendernos que China quiera ahora recuperar esas posiciones por las mismas vías por la que las perdieron entonces: el liderazgo tecnológico e industrial… reforzado por el control de materias primas y una potente red de alianzas internacionales.

En este complicado entorno Europa tiene importantes retos. Tras la lúcida idea inicial de crear un espacio integrado, Europa debe ahora superar una cierta “ingenuidad” (con comillas, o sin comillas) que nos condujo a unas vulnerabilidades que los acontecimientos recientes han evidenciado críticas en temas como los suministros de energía, de otras muchas materias primas estratégicas, de microchips… sin olvidar las mascarillas y productos médicos que tuvimos que importar contrarreloj al inicio de la pandemia. Las respuestas europeas se han ido produciendo a golpe de disgustos y urgencias, como el plan RePowerEU en 2022 o los planteamientos más realistas en la Ley europea de Chips o los análisis de dependencias de materias primas críticas, pasando finalmente en 2023 a un enfoque de “seguridad económica europea”. Europa constata la necesidad de una mayor “autonomía estratégica” para disponer de capacidad de afrontar shocks –la famosa “resiliencia”– y reconoce que a las pretensiones de ganancias de eficiencia que subyacían a la apertura comercial europea se le deben superponer consideraciones de seguridad. Aunque la UE insiste en que no se trata de retroceder en la globalización sino simplemente de reducir riesgos excesivos (“De-Risking, not Decoupling”) la frontera entre ambos planteamientos es difusa…

Para responder de forma mínimamente solvente a esta nueva oleada de retos, Europa se enfrenta con problemas que son viejos conocidos: la tensión entre la constatación de que la magnitud de los desafíos exige respuestas más plenamente “europeas” –ante la evidencia de que ningún país europeo por separado tiene masa crítica suficiente para ser un actor de primera fila en el complejo mundo actual– por un lado, pero con la periódica reaparición de tendencias y tentaciones de fragmentaciones internas, de cantonalismos que, apelando a diversas coartadas, ralentizan o bloquean la adopción de planteamientos integradores que saquen partido del potencial de toda Europa para articular respuestas mínimamente homologables a las de los gigantes chino y estadounidense. La racionalidad en favor de “más Europa” tiene que responder, de nuevo, a los recelos que hemos tenido que afrontar cada vez que se ha planteado un paso importante en la integración europea y que Rodrik resumió en la pregunta aparentemente paradójica de “¿cuánta Europa puede soportar Europa?” antes de que las dinámicas centrífugas la debiliten. En los momentos actuales debemos ser conscientes de que los logros de Europa resumidos en evidenciar la complementariedad (no la contraposición) entre prosperidad económica, democracia política y estado del bienestar, están en juego si no somos capaces de estar a la altura de la respuesta ante los nuevos retos críticos que lanzan las pugnas geoestratégicas actuales.

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