Veremos la consolidación del denominado ‘everybody-as-a-bank’, la hiperfragmentación y desprofesionalización del sector financiero.
El sector financiero se encuentra ante un cambio de paradigma que tendrá un impacto brutal especialmente en la banca. Y no hablo solo de digitalización o de la mejora del modelo operativo para permitir recuperar algunos puntos del margen de beneficios, ni siquiera de la ineludible reordenación del ecosistema bancario producto de la tercera oleada de fusiones en España. Hablo de algo mucho más grande.
En los próximos diez años la banca sufrirá una transformación profundamente disruptiva que cambiará a los agentes de la cadena de valor, la relación con los clientes, la estructura de beneficios de los agentes que participan en el negocio, el rol de los organismos reguladores e, incluso, los activos y las divisas en transacción. De hecho, ya ha comenzado y no hay marcha atrás. Y es que el sistema actual no tiene sentido en el contexto del futuro socioeconómico que se encuentra a las puertas. Este cambio no es producto de la pandemia que estamos sufriendo, aunque seguramente habrá sido un catalizador; no me negarán que hay un punto reivindicativo y contracultural en este hecho en un momento en el que parece que todo empieza y acaba en el virus. Pero contextualicemos para entender lo que tenemos entre manos.
Las personas que hoy tienen 40 años o menos no comprenden el modelo bancario basado en las comisiones y la intermediación.
El sector bancario, no lo olviden, ha obtenido en la UE una rentabilidad media en los últimos diez años en torno al 3%, mayor en los últimos años (6% en 2019) pero muy por debajo todavía del coste de capital (entre el 8 y el 10% para la mayoría de los bancos, según datos pre-pandemia). En España la rentabilidad desde 2020 se estima entre el 2 y el 3%, con una tasa de morosidad que, según previsiones del Banco de España, se situará en torno al 15% una vez que el sueño de la barra libre de efectivo se acabe y, sí señores, tengamos que empezar a devolver los préstamos; y lo haremos en un contexto de caída del PIB del 11% en 2020 y una tasa de paro del 20%; con un mercado que ya descuenta los tipos de interés negativos hasta prácticamente 2026. Además, a principios de 2008 existían sesenta y dos bancos y cajas; en 2017 solo quedaban once y se espera que en 2025 queden solo entre tres y cinco por un puro criterio de rentabilidad económica.
Estos días leemos sobre la inminente fusión Bankia-CaixaBank en un movimiento político-económico qué hará trastabillar los cimientos del sector. Y no será el único: Banc Sabadell, Ibercaja y Liberbank, entre otros, esperan turno en esta tercera oleada de fusiones que dejará un panorama mucho más concentrado (mala noticia para el cliente) y racionalizado, pero muy lejos todavía de estar preparado para lo que viene.
Este es el escenario a medio plazo y en el que muy probablemente encontraremos a España en los próximos años: un sistema bancario racionalizado con unos pocos bancos mucho más grandes, muy internacionalizados, con un número mínimo de oficinas (vacías, muchas de ellas), con muchos, muchísimos menos trabajadores y, en teoría, un balance más saneado que debería permitir enfocar el futuro con más optimismo ¿cierto? La respuesta es que sí y no. La banca habrá invertido estos años inmediatos, durísimos sin duda, en mirarse el ombligo, lamerse las heridas y poner orden dentro de casa. Mientras tanto, fuera habrán pasado muchas cosas y el peligro evidente es que hayan estado demasiado ocupados como para prestarles atención.
Y volviendo al cambio de paradigma que comentaba, este no solo se fundamentará en un cambio tecnológico profundo, sino que abarcará un contexto mucho más amplio y transversal del sector financiero. Podemos Identificar algunos rasgos definitorios.
Competidores no nativos
El sector financiero seguirá estando banquerizado en los próximos años pero mucho menos que en la actualidad. La amenaza para los bancos tradicionales no vendrá tanto de los neobancos o nuevos challengers, quienes en el fondo proponen un modelo de negocio con mejoras meramente incrementales, sino de las empresas tecnológicas dominantes y la creación de ecosistemas digitales que actuarán como fuentes de desintermediación. Amazon, por ejemplo, tiene un portafolio de servicios financieros muy similar al de un banco tradicional (financiación, tarjetas de crédito propias, gestión del cash, seguros sobre mercancías, plataformas de pago y préstamos P2P, etc.); Facebook, por su parte, con la reciente creación de su división Facebook Financial y el lanzamiento de la criptomoneda Libra, y su licencia para operar como plataforma de pagos a nivel mundial, será sin duda otro agente destacadísimo.
La amenaza para los bancos tradicionales no vendrá de los neobancos sino de las empresas tecnológicas dominantes.
En general, veremos la consolidación del denominado everybody-as-a-bank, la hiperfragmentación y desprofesionalización del sector financiero y la progresiva despaquetización de los servicios financieros prestados por los bancos, que serán asumidos de forma dinámica por una gran variedad de agentes del ecosistema tech. A medio plazo, prácticamente cada empresa de tamaño medio o medio-grande verá cómo los servicios financieros forman parte de su mix de ingresos.
Nuevos métodos de pago
Mientras el efectivo se acerca a pasos agigantados a su práctica desaparición en el mundo (en China se espera que el cash share sobre el total de pagos sea del 2% en 2026, por un 8% en Japón o un 16% en España), las nuevas plataformas digitales globales se erigirán rápidamente como los nuevos métodos de pago dominantes. El caso de WeChat en China, abolutamente omnipresente y dominante, será replicado por WhatsApp en Europa y Estados Unidos con el lanzamiento de una plataforma de pagos propia este 2020. En paralelo el banco central chino y, más tímidamente, la FED americana exploran el próximo lanzamiento de las primeras divisas digitales controladas en lo que debe entenderse como un movimiento para contrarrestar el auge de las criptomonedas.
Consumidor self-service
Las personas que hoy tienen 40 años o menos no comprenden el modelo de negocio de los bancos basado en las comisiones y la intermediación. No lo entienden, no les gusta y lo perciben como algo hostil y anquilosado. En el entorno B2B, la realidad es algo diferente pero está cambiando rapidamente, como decía antes. El consumidor de ambos canales entiende los servicios financieros como un componente más dentro del portafolio de productos y servicios que ofrecen las empresas con las que tienen tratos, y no tanto como un agente diferenciado. No se trata, por tanto, de ofrecer servicios personalizados a los consumidores (el gestor personal y los bares-salones en los que han convertido las oficinas bancarias, igualmente vacíos), sino de ampliar el portafolio de servicios para competir de igual a igual con los nuevos agentes tecnológicos. Los bancos, para sobrevivir, deberán ampliar sus servicios e incluir consultoria y asesoramiento legal y estratégico, en los que utilicen su infraestructura como un servicio más y en los que la intermediación financiera sea un componente más del ecosistema. Es el concepto de banco invisible, aquél que no tiene oficinas, ni marketing de canal, flexible y con capacidad de respuesta inmediata, digital y adaptado a las necesidades de cada cliente. La redefinición de los canales de interacción con los clientes será absolutamente esencial.
El impacto tecnológico, por su parte, vendrá auspiciado por dos tecnologías clave: el blockchain y la inteligencia artificial.
Las tecnologías blockchain
Blockchain es una familia de tecnologías que, sin ninguna duda, se encuentra ahora mismo en lo que Gartner denomina el pico de sobreexpectativas de su ciclo de desarrollo. Se trata de una fase de pre-madurez en la que, lo que la tecnología puede hacer, está muy lejos de lo que se cree que podrá llegar a hacer. Este, a menudo, es el pretexto que utilizan los negacionistas para despreciar su capacidad transformadora; recordemos a Paul Krugman en 1998 con su infausta equiparación del impacto de internet y el fax en la economía mundial, que él preveía constatada hacia 2005. Si se obviase el impacto de blockchain el error sería de una magnitud similar. En esencia, se trata de un conjunto de tecnologías que permiten la descentralización de la información y las transacciones de una forma perfectamente segura y que hace absolutamente innecesaria la figura de un agente central que controle el flujo y verifique la coherencia y legalidad. Esta frase por sí sola debería bastar para poner nerviosos a los reguladores como el BCE o la FED, de hecho, ya lo están, pero es que las ramificaciones a partir de aquí son prácticamente infinitas. En una primera oleada de implantación de blockchain asistimos a la creación de criptomonedas (monedas virtuales no reguladas por una autoridad financiera central) y al auge de la denominada tokenización de la economía, con la consolidación de las ICOS (initial coin offering) como nueva forma de financiación para las empresas. A la espera de los primeros ETFs regulados que aprovechen el innegable atractivo inversor de las criptomonedas, con Bitcoin y Ether a la cabeza, es indudable que las inversiones en estos activos son en la actualidad puramente especulativas y constituyentes de una burbuja de libro. Pero el auténtico impacto de blockchain a largo plazo debemos buscarlo en la consolidación de los denominados smart contracts en prácticamente todos los sectores de la economía. Un smart contract es un contrato autoejecutable entre dos partes (comprador-vendedor anónimo y sin contacto previo) que está escrito en líneas de código y verificado por una red anónima de nodos que controlan su ejecución de una forma segura, descentralizada e irreversible sin la necesidad de una autoridad central o un sistema legal. Los smart contracts están basados en la tecnología distributed ledgers (registro distribuido), un tipo concreto de blockchain, y tendrán un impacto brutal en sectores económicos como seguros retail, energía y, por supuesto, finanzas. En banca de inversión y trading los smart contracts propiciarán un fuerte aumento de la demanda en los próximos años y una reducción de los costes operativos. En banca retail el papel del regulador y del prestatario quedarán absolutamente en revisión, por no hablar de la nueva forma de valorar los riesgos asociados a las operaciones de crédito, y, en esencia, de un nuevo modelo de negocio con agentes totalmente diferentes.
La inteligencia artificial
La inteligencia artificial tendrá un rol vital en el desarrollo de los nuevos modelos de relación con el cliente, por una parte, y de la automatización de la inmensa mayoría de procesos operativos de los agentes financieros (trading e inversión, análisis de riesgos, detección del fraude, compliance, entre otros). En el modelo relacional, la redefinición de los canales será brutal en los próximos años. Probablemente lo más vistoso será la transformación experimentada por la figura del cajero automático, que con toda seguridad sustituirá a la oficina bancaria y que progresivamente ampliará su portafolio de servicios para asumir toda la operativa de los bancos actuales. En el contexto de una inteligencia artifical pueden ustedes pensar en una versión hipervitaminada de Siri con una interfaz que irá mucho más allá de lo táctil para abrazar el concepto de Natural User Interface (voz, reconocimiento facil, realidad aumentada, bioescáner).
El reto que tiene por delante el sistema financiero es, por tanto, de proporciones colosales, poliédrico. Y para esto los bancos deben prepararse desde hoy y en el contexto de una de las crisis económicas y quizá también financieras más brutales que hemos conocido en el último siglo.
Ya saben: vengan llorados de casa.