Antonio Turiel casi siempre tiene prisa. Este físico y divulgador científico, que trabaja como investigador en el Instituto de Ciencias del Mar (CSIC) de Barcelona, ha publicado más de cien artículos en revistas científicas internacionales y es uno de los mayores expertos en clima del océano y sostenibilidad. A pesar de su apretada agenda de ministro, siempre encuentra un espacio para hablar con los medios y divulgar los avances científicos en un lenguaje entendible para el resto de los mortales. Y esta no ha sido una excepción. Recientemente, ha publicado El futuro de Europa. Cómo decrecer para una reindustrialización urgente (editorial Destino, 2024), un libro en el que lanza un grito de alarma ante la necesidad de que Europa empiece a decrecer de forma urgente y traiga de vuelta la industria al continente.
Ha publicado recientemente un libro sobre el futuro de Europa, en el que aborda los problemas de sostenibilidad actuales en el viejo continente.
Mis libros anteriores han tratado sobre la transición energética, no solo desde el punto de vista ambiental, sino también desde la perspectiva del agotamiento de los combustibles fósiles. En ellos he analizado las limitaciones del modelo de transición renovable que se está promoviendo, que, en mi opinión, no es realista. Los planes oficiales, como el PNIEC o la Proencat, no están bien fundamentados y cada vez es más evidente su inviabilidad.
Este nuevo libro parte de un análisis más amplio, contextualizando los problemas ambientales y sociales actuales. Profundizo en por qué el modelo de transición basado en la energía renovable eléctrica industrial está fracasando y expongo sus limitaciones técnicas y económicas. En la práctica, ya vemos que no está funcionando ni va a funcionar en la escala que se ha prometido, lo que agrava aún más la situación.
Siempre se habla de los problemas, pero pocas publicaciones nos proponen soluciones viables para salir del escollo.
La segunda mitad del libro está dedicada a explorar posibles soluciones, cómo podríamos gestionar una transición energética viable y, sobre todo, cómo garantizar la continuidad de la estructura industrial europea en un formato más reducido, pero realmente sostenible. Desde un enfoque técnico, que es mi campo como físico, analizo qué tecnologías pueden ser útiles y cómo podríamos adaptarnos a una realidad donde inevitablemente consumiremos menos energía y materiales. Este no es un escenario opcional, sino una consecuencia inevitable de la escasez de recursos. El reto es lograr una transición planificada y democrática que garantice condiciones de vida dignas y sostenibles para todos. Defiendo la necesidad del decrecimiento, especialmente en países desarrollados como España, donde la clave es reorganizar el sistema de forma deliberada y consensuada entre ciudadanos, empresas y gobiernos para hacerlo viable.
¿Cuáles serían las soluciones concretas? Nos enfrentamos a un proceso acelerado de desindustrialización, ¿qué debemos hacer para abandonar definitivamente esta deriva de la deslocalización?
Desde un punto de vista técnico, es imprescindible repensar sectores clave como el transporte, la producción y el consumo. Es fundamental apostar por el ferrocarril electrificado. Se trata del medio más eficiente y sostenible a largo plazo, pero requiere inversiones importantes en infraestructura. En términos de eficiencia energética, una de las medidas más efectivas sería mejorar los aislamientos térmicos en los edificios. Esto permitiría reducir de manera drástica el consumo energético destinado a calefacción y refrigeración, lo que no solo alivia la demanda de energía, sino que también contribuye a la sostenibilidad del sistema.
También es necesario replantear el modelo de consumo, especialmente en lo que respecta a los bienes duraderos. En lugar de vender productos diseñados para durar poco, sería más eficiente fomentar un modelo en el que las empresas alquilen los electrodomésticos y se encarguen de su mantenimiento. De esta manera, los fabricantes tendrían incentivos para diseñar productos más duraderos y fácilmente reparables, evitando la obsolescencia programada y reduciendo el despilfarro de recursos. La sociedad necesita adaptarse a un mundo con menos recursos, lo que implica rediseñar la estructura económica y productiva de manera que sea sostenible a largo plazo.
Cuando habla de cambiar el modelo de consumo, algunos sectores saltan contra estas propuestas de forma casi reaccionaria. De hecho, algunas veces incluso se interpreta como una forma de colectivización que puede hacer ecos de ideologías cercanas al comunismo.
No, en absoluto. No se trata de colectivizar la propiedad, sino de modificar las dinámicas de mercado para hacerlas más sostenibles. En el caso de los electrodomésticos, por ejemplo, el modelo de alquiler no implica que el bien sea colectivo, sino que la empresa mantiene la propiedad y tiene incentivos para diseñar productos más duraderos.
Además, hay un debate recurrente cuando se critica el capitalismo. La gente suele pensar que la única alternativa es el comunismo, cuando en realidad este también es un sistema productivista que choca con los límites del planeta. Lo que propongo no es una revolución, sino una evolución. La clave está en superar el modelo capitalista basado en el crecimiento infinito y reformar el sistema financiero para que no dependa de una expansión constante.
Hay muchos ciudadanos que temen el decrecimiento por miedo a que implique un empobrecimiento generalizado. ¿Qué les responde, para tranquilizarlos?
El problema es que muchas personas asocian el crecimiento con bienestar y, por lo tanto, ven el decrecimiento como sinónimo de empobrecimiento, cuando en realidad es lo contrario. El empobrecimiento real está ocurriendo ahora mismo: inflación, precarización del empleo, pérdida de calidad de vida… Y todo ello porque intentamos mantener un modelo basado en un crecimiento que ya no es viable debido a la escasez de recursos. El decrecimiento no es una elección, es una adaptación inevitable a la nueva realidad. Pero la diferencia clave es que podemos gestionarlo de manera racional y equitativa para minimizar el impacto en el bienestar de las personas. Se trata de mejorar la eficiencia en el uso de la energía y los materiales, garantizando que su reducción no implique una disminución de la calidad de vida.
El decrecimiento no es una elección, es una adaptación inevitable a la nueva realidad ante la escasez de recursos.
Por eso insisto en que el decrecimiento debe ser planificado y democrático. Planificado, para optimizar el uso de los recursos y evitar un colapso desordenado. Y democrático, para que la transición sea justa y consensuada, sin imposiciones arbitrarias. El gran reto es que entendamos esta transición, no como una pérdida, sino como una oportunidad para reorganizar nuestra sociedad de forma más equitativa y sostenible.
Hablando de sostenibilidad y crisis energética, ¿cómo puede Europa mantener su actividad económica en este contexto? ¿Todavía estamos a tiempo de ser una referencia en sostenibilidad y competitivos ante el resto de las potencias?
El reto no es solo mantener la actividad económica y empresarial, sino hacerlo dentro de las restricciones que nos vienen impuestas por la escasez de recursos. Se trata de encontrar modelos que realmente funcionen. A menudo se habla de estos problemas como si fueran una cuestión de elección, pero lo cierto es que no lo son. La producción de diésel ha caído un 15%, y antes o después esto afectará a España y nadie nos preguntará si queremos menos cantidad de este combustible. Simplemente, habrá menos, y la cuestión será cómo nos adaptamos a esa realidad.
Si no existe un plan de adaptación, la situación será caótica. Algunas industrias quebrarán por no haber anticipado lo que se avecina. Es curioso cómo cada vez más empresas se interesan por este tema. El 20% de las conferencias que imparto son para el sector empresarial. Quieren entender qué está ocurriendo con la producción de recursos naturales y cuáles son las implicaciones del modelo de transición energética. Las empresas que no tomen medidas estratégicas para adaptarse tendrán serios problemas.
Hace poco participé en una mesa redonda en la Universidad Nebrija, en Madrid. Un ejecutivo de una empresa cementera dijo algo que me pareció revelador: “Nuestro objetivo ahora no es crecer, sino sobrevivir”. Esa es la clave del momento que estamos viviendo. La anticipación es fundamental para evitar una desindustrialización acelerada y un empobrecimiento generalizado.
¿Y qué puede hacer una empresa que depende completamente del diésel, como es el caso de una que se dedique al transporte? ¿No se trata de la crónica de una muerte anunciada?
No necesariamente. La clave es reconocer el problema y actuar a tiempo. Si una empresa de transporte insiste en mantener un modelo basado exclusivamente en el diésel, tendrá dificultades. Pero si entiende que la solución pasa por una transición a modelos alternativos, tendrá margen de maniobra.
En el transporte de larga distancia, la electrificación del ferrocarril es una alternativa viable. Para distancias más cortas, donde no hay otra opción, se pueden emplear camiones y furgonetas con biocombustibles. Adaptarse a estos cambios permite a las empresas posicionarse en un futuro en el que los combustibles fósiles serán cada vez más escasos y costosos. Este es precisamente el tipo de planificación estratégica que muchas empresas ya están considerando. No es un escenario fácil, pero las que no reaccionen a tiempo lo tendrán aún más difícil.
El ecofascismo es uno de los conceptos más temidos que ha ido tomando fuerza en los últimos años. ¿A qué se refiere?
El ecofascismo es, básicamente, el fascismo de siempre, pero adaptado a un mundo con límites ecológicos estrictos. La idea es que, ante una escasez creciente de recursos, una élite mantendrá su acceso privilegiado a ellos mientras el resto de la población se empobrece y se ve sometida a un régimen autoritario.
Si la crisis energética y ambiental no se gestiona de manera democrática y planificada, el descontento social aumentará.
Si la crisis energética y ambiental no se gestiona de manera democrática y planificada, el descontento social aumentará. Ya estamos viendo los primeros síntomas de ello. La desaparición de la clase media y el aumento de la desigualdad pueden llevar a un escenario en el que el único modo de mantener el orden sea mediante la represión.
El ecofascismo no busca evitar el colapso, sino gestionar la escasez en beneficio de unos pocos. Si queremos evitarlo, necesitamos una transición justa, donde el decrecimiento se haga de manera equitativa, garantizando condiciones de vida dignas para todos.
¿Es decir, que algunos seguirían extrayendo recursos al mismo nivel, pero a costa de un empobrecimiento masivo?
Exactamente. Y, de hecho, ya estamos viendo signos de ello. En ciudades como Madrid y Barcelona, los salarios no crecen al mismo ritmo que el coste de la vivienda. La gente cada vez tiene más dificultades para acceder a una vida digna. Si no se toman medidas para gestionar esta crisis, la presión social aumentará hasta niveles insostenibles. Algo tiene que cambiar, porque la dirección que hemos adoptado solo lleva a un aumento de la desigualdad y la inestabilidad global.
Hace poco circulaba en redes una imagen que mostraba una bandera de Estados Unidos con el logotipo de ChatGPT, una de China con el de DeepSeek, y una de Europa con una botella de agua vacía y rota. ¿Estamos ante el peor escenario, económica y tecnológicamente hablando, de los últimos años?
Europa no está perdida, pero está perdiendo. El problema es que no se está posicionando estratégicamente en sectores clave, como la inteligencia artificial. En lugar de seguir ciegamente el modelo de Estados Unidos, que es extremadamente dependiente de energía barata y abundante, Europa podría apostar por la eficiencia y por enfoques más sostenibles.
Un buen ejemplo es el sector de los aerogeneradores. Mientras China subsidia su industria e inunda el mercado con productos a bajo costo, en Europa se están dejando caer empresas clave como Gamesa. Estamos repitiendo el error de hace 20 años con la industria fotovoltaica, cuando se permitió que desapareciera ante la competencia china. Europa necesita entender qué sectores son estratégicos y protegerlos. Esto implica romper con la idea de que el libre comercio absoluto es siempre beneficioso. En un contexto de competencia global, si no protegemos nuestras industrias clave, terminaremos dependiendo completamente del exterior.
Un periodista europeo, en el debate que se inició por X a raíz de la publicación de la imagen, respondió aludiendo al liderazgo en sanidad y educación pública universal. Eso sí, esos sistemas hay que sostenerlos. ¿Cómo podemos salvarnos?
Sin duda, la sanidad y la educación públicas son fundamentales y deben protegerse. Son una seña de identidad de Europa. Pero hay que ser realistas: para sostener esos sistemas, necesitamos una base económica fuerte. Si no hay una estructura productiva que genere riqueza, mantener esos servicios será inviable. Europa tiene una oportunidad si apuesta por la eficiencia y la sostenibilidad en la industria. En lugar de intentar replicar modelos como el estadounidense, que dependen de un consumo desmedido de recursos, podemos liderar la transición hacia un sistema más equilibrado y resiliente.
El problema es que ahora mismo estamos siguiendo casi a ciegas la estela de los Estados Unidos, sin definir una estrategia propia. Hay que tomar decisiones valientes y reconocer que el modelo basado en el crecimiento infinito ya no es viable. Europa aún tiene una base industrial fuerte y un gran capital humano, pero necesita liderazgo y visión para aprovecharlos. Si no se cambia la mentalidad, corremos el riesgo de seguir perdiendo terreno hasta quedar completamente rezagados en la economía global.