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ISAAC MARCET: “La condena de nuestra civilización empezó con la invención de la palabra futuro”

Isaac Marcet (Barcelona, 1981) es el fundador y exdirector general de PlayGround, que llegó a ser uno de los medios de comunicación nativos digitales más importantes en español de todo el mundo, hasta acumular más de 30 millones de seguidores. Tuvo que cerrar la sede en España en 2022, tras 16 años de vida, en gran parte por culpa de las nuevas políticas de Silicon Valley en materia de redes sociales, la gran baza de su éxito. Lo que convirtió a Marcet en un gurú de la comunicación en los inicios de internet acabó sentenciándolo. Una paradoja que podría, según dice, “acabar afectando a la gran mayoría de los medios tradicionales a corto plazo”. Su podcast, “Generación Futuro”, llegó a estar entre los más escuchados de toda España. En él hablaba sobre la humanización de las ciudades, el abusivo incremento de los alquileres o la precariedad laboral entre los más jóvenes.

Nos atiende desde un pequeño pueblo a las afueras de Girona, Torroella de Fluvià, que apenas supera los 700 habitantes. Cada quince minutos, se escucha el repicar de las campanas que, según dice, le recuerdan “la necesidad de estar presente”. Recientemente, ha publicado La historia del futuro (Plaza y Janés, 2023), un compendio de reflexiones perfectamente hiladas que ponen en duda la viabilidad de la sociedad actual. En él habla de la crisis del capitalismo y de sus terribles consecuencias, que asocia a la creación del concepto de “futuro” a partir del siglo XV. “Antes de su aparición, al futuro se le hacía referencia con la palabra devenir. Que etimológicamente significa hacia abajo”. El problema de verdad llegó cuando, según Marcet, empezamos a pensar que el tiempo venidero sería mucho mejor que el anterior. “Allí empezó nuestra mayor condena: la aparición de la deuda”.

PlayGround forma parte del imaginario de millones de jóvenes y adolescentes de la generación milenial y anteriores. ¿Qué pasó para que cayera ese monstruo?

Abandono PlayGround definitivamente en 2022, tras tomar la decisión de cerrar la delegación en España, donde nació hace 16 años. Nos internacionalizamos a un ritmo vertiginoso, abriendo sedes en el resto de Europa y en Latinoamérica. Los cambios en los algoritmos de las redes sociales nos acabaron condenando a clausurar la empresa matriz en nuestro país, dejando viva la compañía solo en Latinoamérica. El motivo fue que, hace cinco años, Facebook decidió automatizar la criba y gestión de la información que publicábamos los medios, mientras que antes era un trabajo que hacían los trabajadores. A partir de ese momento, la inteligencia artificial no pudo discernir con la precisión humana si una foto, aunque fuera polémica, tenía connotaciones históricas o un valor social suficientemente importante como para no ser baneada. Un claro ejemplo fue la imagen de la niña desnuda en plena guerra de Vietnam, que empezó a esconderse en las portadas de los usuarios por ser considerada como pornografía. A partir de entonces, dejamos de estar en primer plano y empezó nuestra caída.

Nuestro medio tenía el propósito de ofrecer noticias de calidad a un público joven, principalmente a través de las redes sociales, que iban a ser el futuro de la comunicación. Sin embargo, al ser un medio nacido casi en exclusiva para estas plataformas, los cambios que sucedieron provocaron una caída abrupta en la audiencia, similar a lo que le sucedió a Vice y otros muchos medios, que cayeron en bancarrota y desaparecieron.

¿Por qué no ha sucedido lo mismo en gran parte de los periódicos tradicionales, que también confían parte de su negocio a las plataformas de interacción social?

Todavía quedan gran parte de los medios tradicionales vivos porque no habían puesto toda la carne en el asador en su estrategia de redes. En ese momento, todos pensábamos que Instagram, Facebook, etc., iban a convertirse en la nueva autopista de información, solo por detrás del coloso Google. El destino que tuvimos que enfrentar nosotros está a punto de ser vivido por todos estos medios, que no sucumbieron entonces, pero afrontan un futuro incierto. Pronto, Google lanzará un nuevo motor de búsqueda que ya no priorizará las páginas de los rotativos, las radios y las televisiones como lo había hecho hasta ahora. En cambio, lo que hará será rastrear toda la información disponible en internet y la inteligencia artificial (IA) desarrollará la información por sí misma.

El capitalismo, inventado hace 500 años, se basa en el crecimiento infinito sin prestar atención a las consecuencias ecológicas y humanas.

Cuando un usuario realice una búsqueda en un buscador, es probable que encuentre un texto que le proporcione la información sin necesidad de pasar por ninguno de los medios tradicionales a los que estábamos acostumbrados hasta ahora. Según algunos análisis, esto podría reducir la audiencia de los periódicos digitales hasta en un 70%. Para saber lo que acabará ocurriendo será crucial analizar si al público le interesa más este tipo de información o preferirá contrastarlo con otras fuentes antes de sacar sus propias conclusiones. Estamos viviendo un momento decisivo.

Dibuja un futuro casi catastrófico en el ámbito de la comunicación y la información. ¿Quiénes van a sobrevivir, entonces?

Aquellos medios que no dependan exclusivamente de la audiencia proveniente de Google, sino que cuenten con un modelo de suscripciones, serán los que sobrevivan. Solo unos pocos, como es el caso del New York Times, han logrado encontrar un modelo viable. El País, en España, también está intentando seguir este camino, pero se les está haciendo muy complicado. Es evidente que se avecinan tiempos complicados. Con este libro, mi objetivo es explicar la razón de esta situación, partiendo del origen del lenguaje digital, el capitalismo y la percepción del tiempo a lo largo de la historia, para así abordar los desafíos del futuro: la inteligencia artificial, la escalada nuclear y el cambio climático.

Si me preguntaras qué soluciones podemos ofrecer para abordar la crisis del periodismo, solo veo una opción viable. Dado que nos enfrentamos a empresas valoradas en trillones de dólares, como son Apple, Google, Facebook, Amazon, etc. que, además, han sido desde su creación difícilmente regulables (hasta ahora no se había actualizado suficiente la legislación para abordar la complejidad tecnológica de sus productos), la idea que propongo es que los medios sean cofinanciados por los Estados. Debemos denunciar de forma inmediata el monopolio de estas empresas. Con el inicio de internet y la digitalización del mercado publicitario, que antes estaba explotado por los medios de comunicación combinando papel y digital, de repente no solo se quedaron sin papel, sino también sin la mayor parte del pastel publicitario. El 80% de los beneficios empezaron a llevárselo estas compañías. En esta era de la digitalización, no solo hay un monopolio en la publicidad y el negocio, sino que también lo está empezando a haber en el mercado de la creación de contenido. Cuando estas compañías empiezan a crear información y contenido, ¿qué papel queda para la figura del periodista?

Ante esta amenaza monopolística, que es real y existencial, solo nos queda luchar contra Silicon Valley y todo su entramado a través de la vía legislativa. Y, al mismo tiempo, pedir una cofinanciación de los gobiernos del mundo para que los medios sobrevivan, ya que son necesarios y urgentes para la democracia. Esta solución debería estar sujeta, por supuesto, a un control ético por parte de algún organismo gubernamental que, a cambio, se asegure de que la información se ajusta a unos parámetros de calidad en materia deontológica y ética. Está claro que nos enfrentamos a un animal totalmente distinto de los que nos han acechado hasta ahora. Es un paradigma revolucionario.

¿Qué ha ocurrido para que ahora, de forma tan violenta, nos veamos antes esta situación tan comprometida?

El pecado original de los medios de comunicación ocurrió entre 2008 y 2020, cuando sus responsables se dejaron llevar por el frenesí de la irrupción digital, abriendo un contenido que hasta entonces era de pago. Poco a poco hemos ido cediendo el control de nuestro negocio a las grandes tecnológicas, sin darnos cuenta, y perdiendo parcelas de poder. Cuando Silicon Valley cambiaba los parámetros, de un día para otro, los medios debían adaptarse, cada vez más debilitados. El poder de la información está en un puñado de empresas cuyas plataformas de distribución han tomado las riendas y orquestan la democracia.

La deuda, de manera muy gráfica, explica la fábrica de futuros: creemos que mañana habrá más recursos que hoy, y eso es físicamente imposible.

La lucha principal es legislar a tiempo, pero recordemos que estamos frente a un enemigo muy poderoso. En mi opinión, mediante esta lucha principal, los medios de comunicación deben sobrevivir. Yo puedo contar la muerte de uno al que le hubiera gustado recibir algún tipo de ayuda mientras moría. De este modo, la audiencia más joven tendría hoy acceso a información de calidad y buenas historias que respaldaran a su vez el desarrollo de la democracia. ¿Qué les queda, en cambio, ahora? Lo que dictan y deciden las redes que les debe llegar.

¿Cuál es el peligro de que estas grandes empresas tecnológicas se hagan con el monopolio de la información a nivel internacional?

Te respondo con otra pregunta. ¿Qué pasaría si El País colapsara? Estamos hablando de medios que hasta ahora han sido fundamentales para la construcción de la sociedad de hoy. Alguien muy cínico podría decir que han generado un panorama informativo basado en la polarización, y que esto les ha acabado condenando. La realidad es que cuando tu modelo de negocio se basa en la cantidad de páginas vistas, estás obligado a generar cada vez más audiencia. Los rendimientos son cada vez menores, lo que te fuerza a crear modelos de negocio basados en un modelo de crecimiento infinito. A partir de allí, la solución pasa por la violencia, el sensacionalismo y la extrema polarización de la opinión pública.

Cuando habla de Silicon Valley, ¿a qué se refiere exactamente? ¿Hay algo más detrás de las grandes empresas tecnológicas de hoy?

Estamos ante una entidad automatizada, que toma decisiones a la velocidad de la luz. Ni siquiera los ingenieros que trabajan allí mismo saben lo que está sucediendo en las entrañas de la máquina. Se trata de una situación muy peligrosa. Diría más, civilizatoria. Debemos tomar una decisión muy sencilla: ¿permitimos que la innovación siga este camino de crecimiento salvaje irreparable o la detenemos? El capitalismo, inventado hace 500 años, se basa en el crecimiento infinito sin prestar atención a las consecuencias ecológicas y humanas, tiene como postulado inevitable la innovación por la innovación. Si tú no innovas, lo hará tu competencia y te destruirá. Estamos en una carrera porque si tu competidor no lo hace, lo hará otro. La tecnología se basa en eso.

Antes de la aparición del capitalismo, ya fuera un nuevo sistema político o una nueva tecnología, si se consideraba que representaba un peligro para la comunidad, la ecología o la mente humana, se cancelaba. A partir de 1600, con la invención del concepto de “capital futuro”, todo cambia. Es la combinación del capitalismo con una nueva concepción del tiempo que se pasa a llamar “futuro”. Antes nos referíamos a lo que iba a pasar con el concepto “devenir”. Es decir, lo que va hacia abajo. A partir de entonces, se empieza a proyectar que la humanidad se dirige hacia algo cada vez mejor, que todo lo que vendrá superará lo pasado. Se apuesta todo a esa idea. De esta manera, la humanidad empieza a no responsabilizarse de sus acciones en el presente. Esta nueva filosofía ha derivado en la aceleración del cambio climático, la desigualdad económica, la destrucción del lenguaje, la cultura, la paz o la enfermedad mental. Nos ha llevado a un mundo donde debemos decidir si tomar el camino de la supervivencia o el de la extinción.

Póngame ejemplos prácticos de soluciones que podrían empezar a revertir la situación actual.

Ya es hora de hablar en términos mundiales. Dado que enfrentamos riesgos que no solo afectan a zonas concretas, sino de forma universal, debemos abordar estos desafíos a través de organismos mundiales con poder para legislar más allá de los Estados. No podemos aprobar leyes en materia nuclear, para mitigar el cambio climático o para controlar el desarrollo de la inteligencia artificial si no es a nivel mundial. Mary Shelley fue la última visionaria que retrató lo que nos espera. Lo que nos quiere decir con su obra más famosa, Frankenstein, es que el hombre, presa de sus propios fantasmas, se ve impulsado a crear un engendro más fuerte y monstruoso que él mismo. Cuando lo crea, se da cuenta del gravísimo error, hasta que comienza a matar a su propia familia. Esa es la pregunta que nos acecha hoy. ¿Cambiamos el sistema y buscamos un modelo de decrecimiento o continuamos en este proceso de condena y destrucción? En ciertas mesas de poder, se están barajando ideas para combatir el cambio climático como tirar nanopartículas que bloqueen los rayos de Sol que inciden en la superficie terrestre. ¿Realmente queremos llegar a esto? ¿No podemos imaginar un nuevo sistema económico, humano y filosófico que no implique tomar estas decisiones tan descabelladas?

Hay tres posibles caminos para la humanidad. El primero sería la creación de un organismo internacional con la capacidad y la voluntad de poder necesarios para aplicar los cambios que necesitamos. El segundo sería un cataclismo, que puede ser de tipo ecológico, una guerra o una crisis que lleve al colapso de la civilización. La tercera opción es la destrucción total de la raza humana. Seremos espectadores de una de estas tres opciones. Evidentemente, la primera es la mejor de todas ellas, pero para lograrla es necesario reconocer quién es el enemigo: que no es otra cosa que la imposición de la creencia que el capitalismo futuro es el sistema por el que debemos apostar. Si no lo hacemos, seguiremos destruyendo un planeta habitable en busca de nuevas soluciones para no morir.

En el libro habla de que la crisis de la deuda es una de nuestras mayores condenas. ¿Por qué?

Si lo piensas bien, podríamos decir que la deuda es la gran fábrica de futuros del capitalismo. El resumen de su definición es que, si en este momento no tengo los recursos necesarios para alcanzar un objetivo concreto, lo que hago es pedir prestado con la esperanza de que en el futuro acabaré teniendo más. No solo podré devolver mi deuda, sino que lo haré con intereses. Este sistema se basa en la creencia de que siempre tendremos más, y que el planeta proveerá hasta el infinito. La deuda, de manera muy gráfica, explica la fábrica de futuros: creemos que mañana habrá más recursos que hoy, y eso es físicamente imposible.

En su libro destaca una cita de William Blake, que se preguntaba cómo podían llamar “siglo de las luces a una época en la que la contaminación teñía el cielo de un negro profundo”. ¿Seguimos viendo luces donde no hay más que una profunda oscuridad?

El problema al que nos enfrentamos hoy es que ya no podemos creer en esta idea de un capital futuro. Muchas decisiones que tomamos de manera automática están basadas en una filosofía que, al igual que la concepción newtoniana del tiempo, ha sido refutada. El tiempo cambia, es orgánico, evoluciona. Con todo esto en mente, la gente común solo puede sentir que hay un vacío entre ellos y el poder.

Ante la pregunta de si los jóvenes tienen futuro, en una macroencuesta realizada recientemente, el 70% respondió que el mundo se acabaría y que no había futuro posible. En cambio, también respondieron que tenían más ganas de emprender que nunca. ¿Por qué se da esta paradoja? Por un lado, para distraerse del pánico que les creaba pensar en el futuro, ya que de lo contrario se sentirían completamente abrumados. Pero, por otro, también respondieron que lo hacían para intentar solucionar el problema.

Europa y Estados Unidos, los principales focos de contaminación de la historia reciente, son los que sufren en menor grado las consecuencias del cambio climático. En el sur global, están sufriendo las consecuencias de nuestras decisiones de forma mucho más severa. Aunque suene atrevido, creo que todavía podría ocurrir un milagro. Apocalipsis significa la caída del velo. Personalmente, quiero interpretar la situación actual como un momento terrible que requiere de nuestra comprensión. Hemos llegado aquí debido a una ilusión: un capital futuro que ha eliminado nuestra identidad. En el libro hago una referencia constante a los mitos porque esta nueva sociedad capitalista ha destruido nuestra herencia y cultura, nuestra esencia. Esta caída del velo implica dos consecuencias: por un lado, la caída, pero también la capacidad de comenzar de nuevo. Una nueva cultura que, basándose en nuestro legado, pueda reconstruir lo que hemos hecho hasta ahora. Para empezar, podemos reducir nuestra ansiedad y encontrar tranquilidad en el momento presente, en los cuidados y la solidaridad, aunque nos acechen peores condiciones de las que vivimos hoy. En épocas en las que teníamos mucho menos, hemos logrado cosas maravillosas. Existe un progreso más importante que el técnico, científico y económico, que es el espiritual y filosófico: aquel que inspira la música, la literatura o el arte. Si bien perderemos el último gadget diseñado por Google, podremos recuperar la poesía y el amor que tanto hemos olvidado.

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