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Capital, trabajo y valor en la sociedad digital de mercado

Nuestra capacidad para organizar los flujos de intercambio y coordinación económica, social y política será clave para decidir hacia qué futuro nos encaminaremos.

A estas alturas de la película digital creo que ya nadie se extrañará si afirmo que las tecnologías digitales están cambiando profundamente todas y cada una de las dimensiones de nuestras vidas. No es la primera vez que un proceso de cambio radical de estas características irrumpe en la historia de la humanidad.

Desde la gran innovación social capitalista, que se puso en marcha alrededor de 1820, en la actualidad estamos entrando en la sexta matriz tecnológica de gran calado. La inteligencia artificial y las plataformas digitales son las dos grandes tecnologías de esta nueva época y sus valores de predicción y circulación, con sus datos y tareas masivas asociadas, las nuevas fuentes de productividad, empleabilidad, competitividad y sostenibilidad.

A pesar de la profundidad del cambio, nada de lo que va a suceder durante los próximos años está escrito a priori. Ni el solucionismo tecnológico, ni el futuro de abundancia para todos que machaconamente nos prometen los gurús de la tecnología y la innovación, va a arreglar todos los problemas de la humanidad de golpe y porrazo. Tampoco habrá un nuevo amanecer singular y artificial que dará lugar a un futuro distópico dónde una nueva raza de máquinas superiores acabará con 70.000 años de revoluciones cognitivas, innovación tecnológica y social, y dominio de la inteligencia natural.

Es bastante probable que nuestro futuro como especie se situé entre ambas narrativas extremas. Y lo que es seguro es que nuestra capacidad para organizar los flujos de intercambio y coordinación económica, social y política será clave para decidir hacia qué futuro nos encaminaremos. A diferencia de los caballos, cuya tracción equina quedó desplazada por el rendimiento de los motores de vapor y combustión, los humanos tenemos capacidad de organización, decisión y cambio. En palabras del maestro Wassily Leontief, los humanos podemos votar o buscar mecanismos de elección de nuestros líderes para que trabajen para el bien común.

Si no acercamos de nuevo la economía política y la política económica, nuestras economías y sociedades se polarizarán y dividirán aún más.

De hecho, es posible resumir dos siglos de interacción entre tecnología, economía y sociedad a través de la siguiente pregunta: ¿qué hay que hacer para qué el progreso social vinculado al cambio tecnológico sea un progreso social compartido? Hace más de dos siglos y medio que la economía se enfrenta a esta pregunta. Y viéndolo en perspectiva, y contrariamente a lo que muchos piensan, hemos aprendido algunas cosas importantes.

La primera es que el cambio técnico sesga y polariza habilidades, de modo que, en origen, desplaza tareas, puestos de trabajo, ocupaciones y personas en este orden. La segunda es que este desplazamiento, y en función de lo que suceda también en el contexto empresarial, económico y social, puede venir también acompañado de la destrucción o creación paralelas de tareas de empleo. A largo plazo este flujo ha tendido a acabar bien, y la dinámica emprendedora, innovadora y de eficiencia ha sido más que capaz de compensar ganancias con pérdidas.

Y, en tercer lugar, estamos aprendiendo que con los desplazamientos de la inteligencia artificial las polarizaciones de las plataformas digitales, los procesos de creación destructiva, la desigualdad empresarial y la extracción digital de rentas de las grandes corporaciones, todos los buenos propósitos sociales de la automatización digitalizada están quedando en entredicho. A pesar de más de dos décadas de transformación y transición digital, los países ricos no crecen, el nuevo emprendimiento cae, la innovación se debilita, la movilidad social se reduce y la desigualdad toma nuevas e inadmisibles magnitudes y desordenes.

Una gran parte de todo este nuevo caos social está vinculada con la gestión de la globalización digital de orden neoliberal que hemos construido durante las últimas tres décadas. Me parece bastante obvia la necesidad de construir una nueva economía política de la digitalización para reconducir la utilización tecnológica y que esta trabaje en pos del bien común y no a favor de cuatro superstars, sean personas, empresas o econocracias. Si no acercamos de nuevo la economía política y la política económica, nuestras economías y sociedades se polarizarán y dividirán aún más. Y ya sabemos lo que esto significa. Sólo hay que echar la mirada un siglo atrás. En mi libro, titulado como este artículo, intento aportar ciencia, experiencia y soluciones para evitar el desastre. Como decía Mark Twain, la historia no se repite, pero rima.

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