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¿De qué hablamos cuando hablamos de urbanismo comercial?

Ante el progresivo cierre de locales comerciales, se deberían tomar medidas económicas para que el retail adquiera un nuevo papel en el urbanismo de las ciudades.

El urbanismo moderno tal como lo entendemos nosotros nació en la segunda mitad del siglo XIX con la industrialización europea y la revolución urbana que esto provocó. La necesidad de responder a la emergencia habitacional, ofrecer servicios y planificar la localización de las actividades económicas privadas en áreas cada vez más congestionadas era el objetivo principal. Ingenieros como Ildefons Cerdà (1815-1876), encargado de la reforma y el proyecto del Ensanche de Barcelona, o las propuestas del prefecto del Sena en París, Georges Eugène Haussmann (1909-1991), pueden considerarse como algunas de las primeras propuestas de planificación urbana en las ciudades capitalistas. La mezcla de usos era una de las principales soluciones prácticas para construir ciudad: manzanas con bajos dedicados a actividades económicas, especialmente comerciales e industriales, y viviendas en los pisos superiores. Antes de ellos, ya existieron otras propuestas, mucho más utópicas y aisladas, como la del galés Robert Owen (1771-1858) o la de Charles Fourier (1772-1837). Fueron los padres del cooperativismo, donde la residencia, el suministro comercial y el trabajo industrial convivían en armonía gracias a la proximidad entre ellos y, todavía, lejos de la mercantilización del suelo.

El siglo XX estuvo marcado por dos propuestas técnicas que han tenido una gran influencia en nuestras ciudades. La primera es la ciudad jardín del arquitecto y urbanista inglés Ebenezer Howard (1850-1928). Más allá de la propuesta utópica de mezcla social y funcional que él proponía, deslucida por la dinámica del mercado capitalista de la tierra y la consecuente segregación socioespacial, tuvo una fuerte influencia a nivel de la morfología urbana con una gran difusión de la urbanización dispersa o urban sprawl. En Catalunya, esta forma urbana correspondía con la idea de la “casita y el huerto” de Francesc Macià (1859-1933), primer presidente de la Generalitat de Catalunya (1931-1933). A pesar de las diferencias, a nivel español se observa el símil con el denominado urbanismo ruralista, que programas como el de las Casas Baratas impulsaron, cuya primera ley data de 1911. El impacto de este urbanismo disperso se puede ver en estos programas de promoción pública y público-privada que la política de vivienda ha impulsado en las periferias de las ciudades. Más recientemente y de manera dominante, en las miles de promociones privadas de chalés o adosados en barrios de clase media y alta, bien presentes en poblaciones como Sant Cugat del Vallès o Matadepera, por ejemplo. De forma más popular, también encontramos formando parte de esta idea de ciudad jardín, las denominadas urbanizaciones, muy extendidas en la Sierra Litoral Catalana.

El neoliberalismo pone en evidencia el colapso de la planificación urbana de las actividades comerciales.

La segunda propuesta viene del arquitecto y urbanista suizo Le Corbusier (1887-1965), quien impulsa el pensamiento racionalista y funcionalista en el urbanismo moderno, formulación claramente manifestada en la denominada Carta de Atenas (1941), que recoge todos estos propósitos y es el resultado del IV Congreso Internacional de Arquitectura Moderna de 1933. La idea de la ciudad como una máquina para habitar impulsa la segregación de los usos urbanos, separando los usos residenciales de los industriales, comerciales, sanitarios, etc. Una lógica de la segregación funcional que ha dado lugar al zooning (una cosa para cada lugar y un lugar para cada cosa) y a los Planes Generales de Ordenación Urbana (PGO) modernos a escala municipal, y excepcionalmente metropolitana, muchas veces criticados por el uso masivo del transporte motorizado que conllevan si se trata de una metrópoli de escala regional. Más allá de la propuesta urbanística, la propuesta arquitectónica más difundida ha sido la idea del bloque de pisos, una unidad habitacional estandarizada y relativamente barata de construir que el mismo urbanismo funcionalista impulsaba.

El urbanismo comercial

Pero, ¿qué relación tienen las actividades comerciales y de servicios al consumidor con todo esto? De todo ello se desprenden varias valoraciones que deben tenerse en cuenta a la luz de los casi 50 años de neoliberalismo que han desregulado la economía y desvirtuado el funcionalismo. En primer lugar, el dominio de la función residencial a la hora de planificar la ciudad, dejando el resto de las funciones urbanas en un segundo plano, con especial desconsideración hacia las actividades comerciales. El comercio y los servicios se han entendido como actividades que se difundirían de manera espontánea en las áreas cercanas a la residencia, especialmente en aquellas áreas más densas, el denominado comercio de proximidad. Este proceso no ha sido así en un contexto de ciudad altamente móvil, donde los individuos trabajan, residen y disfrutan en lugares diferentes, y donde los ciclos semanales y vacacionales cuestionan el funcionamiento estático y estandarizado de la sociedad. Una distorsión a la idea de proximidad incentivada por el creciente papel del comercio electrónico. Esto ha derivado en un progresivo cierre de locales comerciales tanto en áreas densas, como los ensanches, como también en áreas periféricas de bloques de pisos, donde muchos locales comerciales nunca han estado en funcionamiento y, en muchas ocasiones, han pasado a ser residencias, contradiciendo la planificación vigente.

Se debería favorecer la ciudad densa, polifuncional y multiescalar, con capacidad para generar concentración y atracción.

En segundo lugar, debe tenerse en cuenta las numerosas áreas de urbanización dispersa articuladas a partir del transporte motorizado privado (según datos del ICGC, estas áreas aumentaron un 58% en Catalunya entre 1996 y 2008). Directamente asociadas a ellas, se ha producido una difusión masiva de centros comerciales, shopping malls (un único edificio con diferentes negocios en su interior) o centros comerciales al estilo francés (varios edificios, uno para cada marca). Estos espacios comerciales están hoy en día en proceso de refuncionalización, incorporando cada vez más servicios de ocio y experiencias, y menos actividades comerciales propiamente dichas. En paralelo a este cambio, en los barrios se ha producido la difusión masiva de establecimientos comerciales de las principales cadenas de distribución comercial, que en los últimos años han entrado en feroz competencia (Mercadona, ALDI y LIDL, principalmente).

En este contexto, el denominado retail (comercio y servicios) debe adquirir un nuevo papel en el urbanismo. En primer lugar, su planificación debe entenderse desde el punto de vista del rampante neoliberalismo. Desde el punto de vista de la demanda, su planificación debe tener en cuenta la pérdida de renta comercializable de los consumidores, donde cada vez hay menos dinero para gastar en productos y servicios que no sean básicos (en 2023 el 24,4% de la población de Catalunya estaba en riesgo de pobreza). Desde el punto de vista de la oferta, a parte de la fragmentación del público objetivo, debe tenerse en cuenta el creciente y dominante papel del mercado inmobiliario dentro de la economía de mercado, tal como identificó el geógrafo David Harvey (1935) en 1982, dominio que acabó colapsando durante la crisis de 2008-2012. Su papel es fundamental para entender la localización comercial, filtrando las actividades comerciales en función de su capacidad para pagar las rentas del suelo. Mucho más fundamental que el denominado urbanismo comercial, que regula y condiciona el otorgamiento de licencias comerciales dependiendo de los lugares tal y como hacen los planes de usos.

Así pues, una apuesta decidida por la mejora y dinamización de las actividades comerciales a pie de calle estaría marcada por una mayor intervención y regulación de la economía, con especial énfasis en la propiedad de los locales comerciales, y en una mejora de la renta familiar disponible de los consumidores. Medidas económicas que deberían engranarse con las ideas tradicionales del urbanismo, favoreciendo una ciudad densa, polifuncional y multiescalar. Con capacidad para generar concentración y atracción, y así hacer frente al creciente proceso de urbanización extendida y dispersa que el urbanismo de proximidad o localcentrismo (y sus distintas fórmulas como la parisina ciudad de los 15 minutos o la barcelonesa Superilla) de manera involuntaria, puede llegar a impulsar. Estas medidas ayudarían a enfrentar lo que hemos llamado como retail-less cities, una hipotética ciudad futura donde el comercio habría desaparecido por completo, quedando únicamente aquel más experiencial y de abastecimiento alimentario básico.

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