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La geopolítica de los minerales y metales críticos en el contexto de la transición energética

No habrá transición energética ni cuarta revolución industrial sin minerales y metales estratégicos: el nuevo petróleo.

Cuando alguien habla de geopolítica le vienen a la cabeza conflictos armados, como el originado por la invasión de Rusia a Ucrania o el largo conflicto judío-palestino/árabe-israelí. No obstante, el principal factor explicativo de la geopolítica y la geoeconomía del mundo es hoy el enfrentamiento por la hegemonía entre China y Estados Unidos. Se trata de un enfrentamiento entre el hegemónico decreciente, Estados Unidos, y el aspirante, China, dos países con sistemas sociales, políticos y económicos muy diferentes.

La rivalidad no reviste por el momento características que permitan pensar en un enfrentamiento armado: lo que está en juego es la tecnología. Es decir, el control de mecanismos de comunicaciones (como el 5G en telefonía móvil) o todo lo relacionado con la inteligencia artificial. Desde 2012, al menos, Estados Unidos ve a China como una amenaza y ha impuesto restricciones a las exportaciones e importaciones desde 2018. Y aunque acabamos de presenciar un encuentro entre los presidentes de ambos países en noviembre, en 2024 Estados Unidos va a intentar complicarle la vida a China en el tema de los procesadores y semiconductores. Va a intentar que Nikon, Canon o Tokyo Electron no puedan vender a China el material necesario para que Huawei pueda elaborar procesadores de alto rendimiento mediante técnicas de litografía o ultravioleta extrema, aduciendo que dichas compañías usan material de una empresa californiana.

Hasta aquí el primer elemento de la ecuación: un enfrentamiento geopolítico entre China y Estados Unidos cuyo eje fundamental es la tecnología. Ahí incide el tema de Taiwan y su “escudo de semiconductores”, al ser, junto a Corea del Sur, el principal productor de chips, semiconductores y procesadores, fundamentales para nuestra tecnología cotidiana.

El segundo factor de la ecuación, crecientemente e importante, es la transición verde o transición energética hacia una economía y una vida social organizada en torno al hidrógeno y no en torno a los productos derivados del carbono. La razón es que la depredación de origen humano de la naturaleza está creciendo año a año en torno al 2,8%: en 25 años ha habido más depredación que en el resto de la historia de la humanidad. De ahí que se hable de un tiempo geológico nuevo, el Antropoceno, que se caracteriza porque su rasgo determinante es el impacto de las actividades antropogénicas sobre el planeta, sus ecosistemas y, en general, la biosfera.

Las fechas para la transición energética o verde varían: se habló mucho del año 2030, ahora más bien del 2050. Pero esa transición energética es imposible sin minerales y metales críticos o estratégicos sea cual sea la versión que se elija de transición energética, que busca descarbonizar y aprovechar la cuarta revolución industrial. En su versión de mínimos, pretende desvincular el crecimiento económico y demográfico de la población del crecimiento de las emisiones, para llegar a un escenario de emisiones cero entre el año 2030 y el 2050. Lo cierto es que la versión de mínimos de la transición plantea problemas de igualdad, porque el consumo energético –tanto en términos históricos acumulados como en términos del presente– es muy diferente en cada una de las regiones del planeta. Una versión más amplia o radical plantea una revolución social: cambiar los modelos de vida, las relaciones sociales y económicas.

La Unión Europea es enormemente dependiente de muchos de esos minerales y metales de importaciones externas.

Lo esencial es que ambas opciones implican usar menos energía, generar menos contaminación y ser más eficientes en el uso de esas energías. Y ahí encontramos el tema central del artículo: no es posible lograr eso sin un mayor uso de metales y minerales. Veamos ejemplos: un coche eléctrico exige 6 veces más materias primas que un coche de combustible fósil; una central eólica para producir energía requiere 9 veces más minerales que una de ciclo combinado. El reto es enorme: en 2019, el 81% de la energía primaria que se usaba en el mundo procedía del carbón, del petróleo y del gas. A medida que el porcentaje de energías renovables se incrementa en el mix energético global, los minerales que se precisan para cada unidad de capacidad de generación crecen en un 50%.

Se precisarán minerales y metales críticos y estratégicos: críticos porque su escasez tiene mayor impacto en la economía que con otras materias primas; estratégicos, porque son cruciales para la industria y porque generan o consumen una gran cantidad de divisas. No hay espacio para hacer listas detalladas: cada país tiene las suyas, aunque en general suele haber 20 o 30 minerales que coinciden siempre. Por ejemplo: litio, níquel, cobalto, manganeso y grafito para fabricar baterías eléctricas; tierras raras, cruciales para los imanes permanentes de las turbinas de la energía eólica, los coches eléctricos o incluso en la industria militar (para una nueva generación de cazas furtivos).

Algunas consideraciones finales. Primero, va a darse un incremento del 400 al 600% de ese mercado, que en el caso del litio y el grafito será del 4.000%. Segundo, la disponibilidad de esos metales y minerales críticos y estratégicos es enormemente desigual: China monopoliza el 63% de la minería de tierras raras y el 85% de su procesamiento. En el caso del litio, existe un triángulo especialmente importante en América Latina, formado por Chile, Bolivia y Argentina que supera el 60% de las reservas probadas, aunque en este momento la extracción más importante se da en Chile, con fuerte presencia de China.

En tercer lugar, esos minerales van a ser claves en determinadas áreas tecnológicas. En la Unión Europea se destaca la importancia de cuatro: 1) las tecnologías vinculadas a los semiconductores avanzados, claves para la fotónica, los chips de alta frecuencia y la microelectrónica; 2) las tecnologías de inteligencia artificial, cruciales para la computación de alta velocidad, análisis de datos, computación, visión por computador o al reconocimiento de objetos; 3) las tecnologías cuánticas, vinculadas a la computación, la criptografía y las comunicaciones, o los radares; y 4) por último, aunque no menos importante, las biotecnologías.

Pues bien, la Unión Europea es enormemente dependiente de muchos de esos minerales y metales de importaciones externas. De una lista de 78 minerales y metales, la UE solo dispone de yacimientos en su territorio en el caso del germanio (Finlandia), hafnio y escandio (Ucrania) y del silicio metálico (Francia y Noruega).

No habrá transición energética ni cuarta revolución industrial sin minerales y metales estratégicos: el nuevo petróleo.

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