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ANTONIO TURIEL: “El único modelo que veo posible es uno en el que haya un descenso del consumo”

Habló el presidente francés, Emmanuel Macron, a finales de este mes de agosto del “fin de la abundancia” y causó bastante revuelo. Pero como veremos en esta entrevista no es el único que lo dice, ni tampoco el primero. En nuestro país, Antonio Turiel, doctor en Física Teórica por la Universidad Autónoma de Madrid e investigador científico en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), ubicado en Barcelona, lleva más de una década alertando sobre el agotamiento geológico de las fuentes de energía tradicionales y la necesidad de cambiar hacia un sistema productivo que no esté orientado al consumo y al crecimiento. Una idea que ya transmitió ante la Comisión de Transición Ecológica del Senado en la primavera de 2021.

Parece que en plena pandemia han estallado todas las crisis que se mantenían latentes o que comenzaban a percibirse: la escasez de materias primas y alimentos, un grave problema de inflación, la guerra de Ucrania y la posibilidad de un apagón energético de Rusia este otoño. ¿En qué situación nos encontramos desde el punto de vista energético?

Es evidente que nos encontramos ante una situación de crisis energética bastante aguda como consecuencia del agotamiento geológico de las fuentes de energía no renovables. Un hecho que se conoce desde hace mucho tiempo, aunque no se quiera aceptar desde el punto de vista económico. Se trata de un agotamiento progresivo de la producción anual de petróleo, en primer lugar, de uranio, posteriormente, y, más tarde, de carbón y de gas. En este momento, nos encontramos en esa primera fase de declive del petróleo y del uranio, y nos aproximamos a esa segunda fase de agotamiento del carbón y del gas.

Lo más probable es que la UE vaya mutando su discurso, desde uno centrado en la lucha contra el cambio climático a uno enfocado en la seguridad energética.

Antonio Turiel

En cuanto al declive de la producción de petróleo, el pico mundial se alcanzó en noviembre de 2018. Ahora, nos situamos aproximadamente entre un 4 y un 5% por debajo de ese pico histórico. De todos los combustibles que se producen a partir del mismo, el mayor problema se encuentra en la producción de diésel, que tocó máximos en 2015 y comenzó a bajar a partir de 2018. Desde entonces, ha caído un 15%, más deprisa que la producción general de petróleo, porque es más difícil de producir y porque no se invierte en refinerías. Además, la pandemia ha acelerado otros problemas, como el de la desinversión. Las compañías petrolíferas ya estaban reduciendo su inversión desde el año 2014 ante la falta de yacimientos rentables que explotar y ante las pérdidas que acumulan desde entonces. El uranio es el que más ha caído, un 24% desde 2016.

Lo cierto es que aunque se achaquen todos estos problemas a la guerra de Ucrania, esta guerra no tiene un impacto crucial fuera de las fronteras europeas. Los problemas que estamos observando en países como Sri Lanka, Laos, Pakistán, Sierra Leona, Nigeria, Sudáfrica, Perú, Ecuador, Venezuela, Argentina, México, o incluso en EEUU, de falta de diésel, de gas, de carbón, de electricidad y de alimentos son estructurales. Cuando acabe la crisis en Ucrania, habrá alguna pequeña mejoría, pero al final la producción de todas estas fuentes de energía va a seguir descendiendo. Estamos en un proceso de declive histórico, y lo que tenemos que hacer es adaptarnos a él de la mejor forma posible. Comenta Antonio Turiel.

¿En qué grado Europa depende realmente de Rusia? ¿Veremos un apagón energético este invierno?

En Europa veo impactos importantes, sobre todo en Francia, Reino Unido y Alemania, que van a tener problemas para mantener la estabilidad de su red eléctrica. En Suiza ya están contemplando tener apagones rotatorios de cuatro horas este mismo invierno, zonificando el país. Ahora mismo, Rusia está enviando un 70% menos de gas comparado con las mismas fechas del año pasado, lo que supone casi el 30% del consumo de gas de Europa. En cuanto al diésel, comienza a faltar en Austria, que ha empezado a tirar de sus reservas estatales, en Croacia y en la propia Alemania.

Es importante destacar que las medidas de ahorro son en realidad medidas de racionamiento, ya que no se trata de un descenso consciente del consumo, sino de uno obligado por las circunstancias que tendrá un impacto económico. Pero es que además ese 15% de racionamiento es insuficiente. Se avecinan nuevas medidas de racionamiento, tanto de gas como de diésel. Estamos importando más diésel de Rusia que nunca simplemente porque es más barato, pero este grifo también se nos va a cortar.

¿Ha actuado más acertadamente España que otros países europeos en la planificación de su modelo energético? ¿Tendrá que ampliar su compromiso del 7% de ahorro energético este invierno?

España en principio está bien suministrada de gas porque tiene el 35% de toda la capacidad de gasificación de la Unión Europea. Contamos con seis puertos con capacidad para recibir buques metaneros y regasificar ese gas que llega en barco de forma licuada de grandes suministradores, como son EEUU y Australia. A nivel del consumo industrial, ya se ha producido una caída del 20% del consumo debido a los altos precios del gas y de la energía. Solo con esa reducción de la industria y, pese a que hayamos consumido más de lo normal en la producción de electricidad este verano por las condiciones climáticas, España ya tendría de sobra para cumplir con sus compromisos. De cara a Europa eran necesarias esas medidas estéticas y pedagógicas. Es solo el primer paquete de medidas. Europa va a aplicar más medidas de racionamiento del gas este mismo invierno, porque con un 15% no va a ser suficiente. Lo lógico sería que no se le aplicaran más medidas a España en este sentido, porque nuestro país no puede exportar más gas del que ya está suministrando a través de los gaseoductos de Irún, en el País Vasco, y Larrau, en Navarra.

Hay que ir hacia una economía ecológica, hacia una verdadera economía circular que integre el hecho económico dentro del ecosistema.

Antonio Turiel

Caso diferente es el del diésel. Aunque España tiene una gran diversificación de proveedores y exporta diésel, vamos a tener que aplicar medidas de solidaridad con el resto de Europa. El diésel se puede llevar con camiones, y aquí aplicando el REPowerEU es fácil que nos impongan medidas de racionamiento este mismo invierno. Viendo las reacciones tan negativas que han tenido unas medidas pensadas para crear el mínimo de incomodidad y de impacto económico, no me imagino lo que puede pasar cuando empecemos a tomar medidas más incómodas y con verdadero impacto económico.

¿Por qué Francia se ha posicionado en contra del MIDCAT?

A Francia nunca le ha interesado este proyecto. Cuando se planteó fue para darle seguridad energética a España y, en su día, exigieron incluso una compensación económica. Incluso ahora, su falta de interés radica en que lo ha apostado todo a la nuclear, manteniendo tropas en Níger para asegurarse el 40% del uranio de sus centrales nucleares, y no tiene muchas centrales de gas de ciclo combinado para aprovechar un mayor envío de gas desde España.

Lo cierto es que Francia está en una situación crítica, de sus 57 centrales nucleares, 29 están paradas. Técnicamente, porque han detectado un gran problema de corrosión en el circuito primario, lo que es muy difícil de reparar. Y hay que tener en cuenta que el uranio es la fuente energética tradicional que más ha caído, un 24% desde 2016. Actualmente, Francia tiene menos de la mitad de capacidad de producción eléctrica nuclear y este tipo de energía representa algo más del 70% de su producción de electricidad. Ha pasado de ser un exportador de electricidad a Alemania a un importador, en cantidades un poco mayores a las que exportaba. En el momento en el que a Alemania le empiece a faltar gas, dejará de exportar electricidad hacia Francia. Adicionalmente, aprovechan la electricidad y el gas enviado desde España, que bombea 7.000 millones de metros cúbicos al año, algo más del 20% del consumo anual de España, pero dependen principalmente de Alemania.

En el contexto de la guerra, primero Bruselas declaró verdes el gas y las nucleares y ahora ha decidido volver al carbón. ¿Ha renunciado Europa a sus objetivos en la lucha contra el cambio climático?

Con sus últimos movimientos, la UE ha tirado a la basura cualquier objetivo que pudiera tener de lucha contra el cambio climático y ha contradicho tres décadas de legislación europea. Lo cierto es que la forma de descarbonizarse que ha tenido la UE ha sido externalizando sus actividades más contaminantes hacia China y hacia otros países subdesarrollados. Desde 1990, los únicos dos momentos en los que las emisiones no han crecido tan deprisa a nivel global han sido durante la crisis de 2008 y durante la etapa de confinamiento por la Covid-19. Cuando se analizan las emisiones de C02 se ve que nuestras emisiones reales son un 30% superiores a nuestras emisiones anunciadas u oficiales. No puede ser que siendo Europa una región tan potente y estando en teoría tan implicada en el cambio climático no se note un cambio en las concentraciones de C02 en la atmósfera. No se puede achacar a que los demás no hacen los deberes. Ni Europa ni ninguna región del mundo ha hecho nada real por el cambio climático. A mi parecer, lo más probable es que con el tiempo la UE vaya mutando su discurso, desde uno centrado en la lucha contra el cambio climático a uno enfocado en la seguridad energética.

¿Las energías renovables son la solución?

El problema es que tenemos un sistema económico que está totalmente apuntalado por los combustibles fósiles y que no se puede transformar de la noche a la mañana. Las renovables tienen una menor huella de carbono, pero la tienen, porque a día de hoy nadie ha cerrado el ciclo de vida de un sistema de producción energética renovable utilizando solamente energía eléctrica no contaminante. En todas las fases del proceso, de extracción de los materiales en mina, transporte, elaboración de las piezas, instalación, mantenimiento y desmantelamiento, siempre intervienen combustibles fósiles. Los sistemas renovables eléctricos actuales tienen tres inconvenientes: el primero, que dependen de los combustibles fósiles; el segundo, que dependen de materiales que son escasos; yel tercero, que se orientan a la producción de electricidad, y la electricidad es solo una parte minoritaria de nuestro consumo energético. En el conjunto del planeta representa solo el 20% de la energía final consumida. En países como España, el 23,6%. Se podría aumentar el porcentaje, pero la utilización de la electricidad para un 50% de los usos no está resuelta. Por poner algunos ejemplos, no hay excavadoras, tractores o camiones eléctricos, y probablemente nunca los haya por una imposibilidad térmica aerodinámica. Y no hay suficiente litio, cobalto o níquel para generalizar el uso del coche eléctrico. El hidrógeno verde se presenta como la gran apuesta europea, pero su tecnología no está madura. En los usos industriales o químicos se perdería el 50% de la energía en el proceso de transformación, y a eso hay que añadir que el agua hay que calentarla a 80 grados y la forma más factible es a base de gas. Para maquinaria pesada, las pérdidas totales de energía inicial serían del 90%. A todo esto se suma que, una vez pasado el despliegue renovable de principios de siglo, estas fuentes de energía tienen un problema de rentabilidad, razón por la cual se están financiando con fondos públicos Next Generation.

¿Qué tipo de modelo económico vería viable?

El único modelo que yo veo posible es uno en el que haya un descenso del consumo. La clave para salir de esta crisis es aceptar que el planeta es finito, que nos da mucho, seguramente mucho más de lo que necesitamos para vivir, pero no para seguir creciendo. El modelo capitalista, tal y como lo conocemos, ya no funciona, por lo que va a ser cada vez más disfuncional. Al final, lo único factible es un descenso del consumo, de forma que se necesiten menos materiales y menos energía. En mi opinión, hay que ir hacia una economía ecológica, hacia una verdadera economía circular, que integre el hecho económico dentro del ecosistema. En España hay grandes expertos, por ejemplo en la Universidad Autónoma de Barcelona, que han trabajo con experiencias de campo con bastante éxito.

¿Podría ponernos un ejemplo de ese sistema?

Uno muy sencillo es el de la lavadora. Si tu lavadora tiene una garantía de tres años, al fabricante lo que le interesa es que se te estropee a los tres años y un día. Pero imagínate que, en vez de venderte la lavadora, el fabricante te la alquilase por una cantidad económica mensual. Sin embargo, en cuanto no funcionara, tuviera que pagarte una indemnización por cada día que no estuviera en funcionamiento o cambiártela por una nueva. El fabricante se vería obligado a hacer una lavadora resistente, fácil de reparar, con piezas fáciles de reutilizar. Le estarías dando los incentivos necesarios para que su modelo de negocio sea sostenible, porque no se orientaría al crecimiento, sino al mantenimiento. El mundo productivo no tendría problema alguno con este modelo. El problema radica en el mundo financiero, porque el mundo del capital sí que necesita el crecimiento y no quiere saber nada de este modelo.

¿Es ingenuo pensar que, tras el conflicto bélico, podría haber un impulso en términos de compromiso por la sostenibilidad del planeta?

Con el tiempo se acabarán aceptando los límites biofísicos del planeta. Desafortunadamente, me temo que se producirá más por la carestía energética y de materiales que por el cambio climático y por un verdadero compromiso con la sostenibilidad.

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