Profesora del Departamento de Dirección de Operaciones, Innovación y Data Sciences de Esade y cofundadora de EIT InnoEnergy, Elena Bou ha sido galardonada recientemente con el Premio Nobel a la Sostenibilidad, otorgado por la Fundación Nobel Sustainability Trust (NST) y la Technical University of Munich. Un reconocimiento a su labor en el desarrollo de energía sostenible, en especial la contribución de EIT InnoEnergy en la promoción de la energía verde entre las start-ups europeas. Mujer pionera en impulsar la investigación sobre innovación, Bou ha realizado gran parte de su actividad profesional en el sector de la consultoría de sistemas de calidad y cambio organizativo, tanto en la empresa privada como en la pública, a nivel nacional e internacional.
¡Premio Nobel a la Sostenibilidad, en su primera edición! ¿Qué importancia tiene este galardón y qué representa para usted?
El Nobel Sustainability Trust fue fundado por miembros de la familia Nobel y tiene como misión promover y reconocer iniciativas innovadoras en sostenibilidad y desarrollo sostenible. Estos premios se crearon para motivar avances que respondan a los desafíos ambientales actuales, como el cambio climático y la escasez de recursos naturales, mediante el impulso de tecnologías y políticas sostenibles a fin de conseguir un futuro más limpio y equitativo para las próximas generaciones. Personalmente, fue un reconocimiento a la labor que EIT InnoEnergy ha estado haciendo desde su fundación en el año 2010, cuando conceptos como energía sostenible o transición energética no eran todavía populares.
En concreto, ¿en qué ha consistido ese trabajo desarrollado por EIT InnoEnergy a lo largo de estos años?
En Europa la innovación siempre ha sido un reto. Hace ya más de una década que hablamos de la famosa “Paradoja Europea”, es decir que generábamos una relevante producción científica a nivel individual pero no se convertía en innovación, de modo que el conocimiento creado no llegaba al mercado. Europa tenía una complejidad añadida: el conocimiento estaba disperso entre distintos actores en diferentes países, y pretender unificarlos geográficamente resultaba infructuoso. Si Europa quería fomentar la innovación había de ser en forma de red, conectando el conocimiento de las distintas regiones. Es así como, en 2007, la Comisión Europea lanzó un programa con cuatro pilotos para investigar cómo crear redes de innovación eficaces y qué modelo de gobernanza aceleraría la innovación movilizando el llamado “triángulo de conocimiento”, es decir, investigación, universidad y empresa. Así empezó la historia, con un proyecto de investigación que agrupaba a distintos investigadores de diferentes disciplinas y que originó una spin-off aunando esfuerzos con el mundo empresarial. Esa empresa fue InnoEnergy.
En octubre del 2010, InnoEnergy se constituyó como Sociedad Europea en Países Bajos, con filiales en España (Barcelona), Alemania (Karlruhe), Países Bajos (Eindhoven), Estocolmo (Suecia), Francia (Grenoble) y Polonia (Cracovia). 27 accionistas europeos agrupando centros de investigación, universidades y empresas con la ambición de convertirse en el motor de innovación y emprendimiento en energía sostenible en Europa para acelerar la transición energética. InnoEnergy nació con el apoyo financiero del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT), con muchas expectativas, pero sobre todo con mucho escepticismo. Pocos creyeron en la viabilidad del proyecto. Sin embargo, para algunos de nosotros supuso un enorme reto y la gran oportunidad de transferencia de conocimiento, en el sentido de transformar la investigación en una realidad con impacto.
InnoEnergy es el inversor más activo en energía del mundo y el referente de aceleración de start-ups en Europa en energía sostenible.
En 2023, InnoEnergy se convirtió en un unicornio, con un equipo de 200 personas distribuidas en sus oficinas en Europa y Estados Unidos y con un ecosistema que incluye 1.400 socios industriales. Ha apoyado la creación de más de 500 start-ups y durante tres años consecutivos ha sido considerado el inversor más activo en energía del mundo en fases tempranas y un modelo de referencia en Europa. Asimismo, es el primer (y de momento único) ecosistema de innovación en el mundo gestionado por una empresa. Espero que sirva de inspiración para animar a la comunidad académica a que haya muchos proyectos más de este tipo.
¿Es realmente usted optimista? ¿Cómo hacerlo?
Yo creo que es posible. Desde 2010, el número de start-ups tecnológicas para combatir el cambio climático se ha multiplicado por cuatro, alcanzando cerca de cincuenta mil en Europa y Norteamérica en 2023. Estas empresas han logrado avances tecnológicos significativos, como la reducción del 50% en el coste tecnológico de la energía fotovoltaica en los últimos cinco años o el 89% en el coste de las baterías desde 2010. Pero, a pesar de los avances de los últimos años, seguimos necesitando más innovación tecnológica, debido, entre otros factores, a un aumento de la demanda en países en desarrollo. La Asociación Internacional de la Energía prevé que el 35% de las reducciones de emisiones necesarias para alcanzar las cero emisiones netas para 2050 provendrán de tecnologías aún en desarrollo. Estas tecnologías están en laboratorios de universidades y centros de investigación.
Los avances tecnológicos no serán suficientes. La historia muestra que cada transición energética ha venido acompañada de cambios en la economía y en los valores de la sociedad. Esto nos ofrece una oportunidad única, especialmente al mundo universitario. Necesitamos investigación científica y tecnológica que nos conduzca a emisiones cero, teorías económicas y de management que apoyen un modelo económico circular y sostenible, y marcos que promuevan nuevos valores sociales y comportamientos justos e inclusivos. Nuestra sociedad tiene muchas preguntas y necesita respuestas complejas que requieren un enfoque transdisciplinar y colaboración. La universidad, trabajando junto con empresas, reguladores y otros agentes sociales, puede contribuir no solo a dar respuestas sino a construir un mundo más sostenible.
¿Cómo podemos medir el impacto de la universidad en la sociedad?
Bueno, lo primero de todo es determinar qué es “impacto” y esa pregunta está muy relacionada con el rol que le demos a la universidad. ¿A qué modelo de universidad aspiramos? Personalmente creo en una universidad que genere conocimiento riguroso, eduque y haga preguntas incómodas, formando buenos profesionales y ciudadanos comprometidos. Creo en una universidad con impacto más allá de las aulas, donde la colaboración con empresas y entre facultades sea esencial. Sin embargo, hoy en día, la universidad mide su impacto dentro de sus fronteras, dentro de sus aulas, pero no se considera la transferencia de conocimiento como algo prioritario ni se mide la valorización del conocimiento que creamos. Medimos las horas de clase, la satisfacción del estudiante, las publicaciones… Pero, por ejemplo: ¿Cuántos de nuestros profesores han fundado empresas o colaborado con un departamento de investigación ajeno a la universidad? ¿Y cuántos de esos que han cruzado fronteras han podido construir puentes? ¿Cuántas patentes creadas en nuestros laboratorios han llegado al mercado? Mi pregunta es, entonces: ¿Para qué crear conocimiento si no va a llegar y a beneficiar a la sociedad?
EIT InnoEnergy sí que lo ha conseguido. Su impacto social es evidente.
En efecto, en su misión de impulsar la transición energética y la sostenibilidad en Europa, EIT InnoEnergy ha logrado varios hitos importantes. Hemos favorecido la creación de un ecosistema emprendedor en climate tech en Europa. Apoyando a más de 500 start-ups y formando un portafolio de inversión en empresas en fase temprana que incluye varios unicornios industriales y creando más de 40.000 puestos de trabajo en Europa. Estos resultados han convertido a InnoEnergy en el inversor más activo en energía del mundo durante los últimos tres años y en el referente de aceleración de start-ups en Europa en energía sostenible. Hemos formado a más de 1.600 graduados en másteres en colaboración con universidades, combinando la formación técnica con la formación en emprendimiento. Este talento es el agente de cambio en el sector energético y muchos de ellos, emprendedores. Y, en resumen, hemos impulsado la innovación sistémica a través de la creación de cadenas de valor. En el año 2017, la Comisión Europea nos dio el mandato de liderar la “European Battery Alliance” (EBA), que ha trabajado para establecer una cadena de valor sostenible para las baterías en Europa, desde la extracción de materias primas hasta el reciclaje. Hoy, también lideramos la cadena de valor en Europa de hidrógeno verde y energía solar fotovoltaica. Estas iniciativas tienen el potencial de aumentar en cuatrocientos mil millones de euros el PIB europeo y crear más de cuatro millones de nuevos empleos de valor añadido para 2025. Y lo más importante de todo, nuestro impacto ambiental. Las start-ups de nuestra cartera tienen el potencial de ahorrar hasta 1.1 gigatoneladas de CO2 anuales a partir de 2030, lo que contribuirá significativamente a lograr los objetivos de sostenibilidad y a reducir en un 30% las emisiones en la UE.
Se habla de replantear el modelo económico para afrontar el cambio climático. ¿Cómo lo interpreta?
El modelo energético basado en las energías fósiles originó un modelo económico basado en el consumismo: producción barata y alto consumo. De hecho, la proliferación de sistemas de crédito coincide en el tiempo y el crecimiento del producto interior bruto estaba correlacionado positivamente con las emisiones. Aunque hoy más crecimiento económico no significa necesariamente más emisiones, en el año 2023 se produjeron las emisiones globales de CO2 más altas de la historia (37,4 GT). El nivel tecnológico que tenemos hoy nos permite reducir estas emisiones, pero tenemos que cambiar el modelo económico y los valores sociales.
La historia muestra que cada transición energética ha venido acompañada de cambios en la economía y en los valores de la sociedad.
Esta transición a energías limpias necesita un modelo económico circular y sostenible. Es repensar de nuevo nuestras cadenas de suministros, controlando nuestras emisiones directas, pero también siendo responsable del uso de nuestros productos y de los suministros. Implica utilizar energías limpias en nuestras fábricas, y buscar la eficiencia energética (no hay energía más limpia que la que no se gasta). Implica cambiar nuestra logística, packaging, e incluso nuestro marketing y comunicación. Es una transformación de nuestros sistemas productivos que llevará tiempo, con acciones hoy que tendrán un resultado mañana.
¿Puede explicarnos uno o varios casos de éxito de start-up relacionada con la transición energética con las que haya trabajado?
La verdad es que es difícil destacar uno en concreto. Nosotros invertimos en toda la cadena de valor de energía, desde la generación limpia hasta el almacenaje y su aplicación en movilidad, edificios y ciudades, incluyendo la eficiencia energética y reciclaje. La razón es que la innovación en energía es sistémica. Una disrupción a nivel de generación provocará nuevas innovaciones en transmisión, almacenaje, etc.
Si tengo que destacar alguno señalaré dos. Corpower es una empresa que genera energía a través de las olas. Un cardiólogo sueco, Stig Lundbäck, inventó un mecanismo simulando los latidos de un corazón humano que permitiría generar energía de las olas. En el año 2011 era una idea. Hoy, esta empresa ha completado con éxito el despliegue en alta mar (en Portugal) de su primer prototipo a escala comercial, dando lugar a una de las primeras granjas undimotrices, a nivel mundial, conectadas a la red. ¿Por qué es relevante? Porque esta fuente es capaz de proporcionar el 10% de toda la electricidad que necesitamos, y de reducir hasta 2,2 GT de Co2 anual y, además, prácticamente genera energía 24/7, es decir, solventa el reto de la intermitencia de las renovables.
Otro ejemplo es FertigHy, una empresa española originada en InnoEnergy y con socios como Siemens, Maire, Invivo, Ric Energy y Heineken. Su objetivo es la producción de fertilizantes verdes a partir del hidrógeno, lo que puede descarbonizar la industria del fertilizante hasta en más de un 90% según el tipo de producto. Un ejemplo cotidiano: una barra de pan. Si utilizamos fertilizantes verdes para fabricar una barra de pan, reducimos el 30% de las emisiones de CO2. Es cierto que se encarecerá su producción, pero el incremento de precio del consumidor será menos de un 1%. Es uno de los ejemplos para descarbonizar industrias.
Ante acontecimientos tan catastróficos como los de Valencia, derivados del calentamiento global, ¿prevalece su optimismo con relación al futuro sostenible del planeta?
Si miramos los datos, la comunidad europea ha avanzado en su camino de descarbonizarse. El despliegue de tecnologías limpias por parte de la UE está aumentando y las emisiones de gases de efecto invernadero siguen disminuyendo en la región. Sin embargo, la UE solo representó el 6,1 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero en 2023. Ese mismo año, las emisiones mundiales relacionadas con la energía crecieron lamentablemente un 1,1%. El cambio climático es un problema global, y la comunidad internacional aún tiene un largo camino por recorrer.
Pero sigo siendo optimista. A pesar de que hay que seguir innovando, creo que la tecnología para hacer frente a este cambio climático la tenemos ya aquí. Es cuestión de escalarla, industrializarla y pasar a la acción. Y en paralelo, preparémonos para adaptarnos a ese cambio. Como ciudadanos no tenemos interiorizados qué hacer en caso de inundación o de un incendio incontrolado, o como controlar la calidad del aire o como gestionar las altas temperaturas. Esta inconsciencia e ignorancia es común en otros ámbitos: político, regulador, empresarial… Mandar una alerta a la población, no es suficiente.
Acontecimientos tan catastróficos como los de Valencia nos recuerdan que con la sostenibilidad no se trata de “salvar al planeta” sino de nuestra propia supervivencia y de dejar un mundo mejor para las futuras generaciones.