“El reto para garantizar el futuro social y tecnológico de Catalunya pasa por construir muchos más puentes entre el ámbito de la ciencia y el ámbito de la empresa”
No todo el mundo sabe que una de las empresas que cambió para siempre el diseño de los teléfonos móviles es catalana. Me refiero a Fractus, surgida a partir de las investigaciones que lideraba el doctor Carles Puente en la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) en los años noventa, cuando todavía poca gente hablaba de business angels y, menos aún, de startups. Con su tecnología consiguieron que las antenas de los móviles pasaran a estar incorporadas en el interior de los dispositivos y, en definitiva, marcaron un antes y un después en la evolución de la industria de lo que hoy son los smartphones. Fractus fue la primera spin-off de la UPC —es decir, una empresa surgida de un grupo de investigación de una universidad o de un centro de investigación— y un ejemplo clarísimo de la importancia que tiene la transferencia tecnológica y de conocimiento. O, dicho de otra forma, la conexión entre la ciencia y la empresa.
Y es que Catalunya es uno de los epicentros de Europa desde un punto de vista universitario y de investigación, con un ecosistema integrado por más de 30.000 investigadores, 1.744 grupos de investigación, 12 universidades, 39 centros CERCA y 17 del CSIC. Al mismo tiempo, contamos con dos instalaciones científicas y técnicas de prestigio internacional: el primer acelerador de partículas del sur de Europa, el Sincrotrón Alba, y el Barcelona Supercomputing Centre, que como hemos visto recientemente es un activo clave para captar proyectos de inversión extranjera en el campo de los semiconductores como el de la estadounidense Intel. ¿Todo esto en qué se traduce? Por ejemplo, en el hecho de que Catalunya, si bien representa un 1,5% de la población europea, produce el 3,7% de las producciones científicas del continente.
Paralelamente, Catalunya es el motor industrial del sur de Europa y una de las economías más abiertas de la zona. Con un PIB superior al de Portugal y similar al de Finlandia, tenemos un ratio de exportaciones/PIB superior al de Dinamarca o Suecia. Lideramos la actividad industrial del Estado español (con el 25% del total), el número de empresas (también las consideradas innovadoras) y somos la mejor región para invertir en el sur de Europa, según el Financial Times.
Las startups son el mejor vehículo para detectar desarrollos científicos o tecnológicos que pueden transformarse en oportunidades de negocio.
Es decir, tenemos la ciencia y tenemos la empresa. Y el reto para garantizar el futuro social y tecnológico del país pasa, sin lugar a dudas, por construir muchos más puentes entre ambos ámbitos para asegurarnos de que lo que descubrimos en un laboratorio de una universidad catalana también tenga un fuerte impacto en el mercado. Desde la administración estamos trabajando diversas herramientas e instrumentos para impulsarlo, incentivando la colaboración entre universidades o grupos de investigación con empresas para trabajar conjuntamente proyectos de I+D (a través del programa Núcleos de I+D empresarial de ACCIÓ, principalmente), fomentando la movilidad del talento para que se incorporen perfiles de investigadores e investigadoras a las empresas catalanas o apoyando la licencia de patentes hacia el tejido empresarial (hay que decir que Catalunya es territorio del Estado español que ha solicitado más patentes en la Oficina Europea de Patentes, con el 33,4% del total).
Pero quisiera centrarme especialmente en uno de los mecanismos que más está contribuyendo en los últimos años a trasladar los resultados de la investigación a sus aplicaciones en el mercado: las startups. Empresas emergentes, tecnológicas, que buscan modelos de negocio escalables, repetibles y aplicables en entornos globales y orientadas a un rápido crecimiento. Y, concretamente, a las que llamamos startups deeptech, es decir, a las que basan sus productos y servicios en conocimientos científicos y tecnológicos resultado de procesos de investigación y desarrollo y que tienen un potencial transformador.
Las startups son empresas que se caracterizan por su rapidez, flexibilidad, adaptación al mercado y las tendencias de cada momento. Tienen la capacidad de desbloquear el potencial de las tecnologías más disruptivas como el blockchain, la inteligencia artificial, la cuántica, el machine learning… a una velocidad nunca vista, lo que les permite construir negocios globales en períodos de tiempo mucho más cortos y alterar los mercados existentes. El mejor vehículo, por tanto, para detectar los desarrollos científicos o tecnológicos que surgen en las universidades o laboratorios y transformarlos en oportunidades de negocio. Esta es y seguirá siendo una de las claves de la transferencia de conocimiento.
Según datos de ACCIÓ, en Catalunya contamos actualmente con 1.900 startups —un 11% más que el año anterior— que emplean a 19.300 personas. Nos hemos consolidado como el primer hub de startups del sur de Europa y somos el segundo territorio de la Unión Europea preferido por los fundadores para crear una empresa de estas características. Hemos construido un ecosistema puntero con una oferta tecnológica que es, probablemente, de las más completas en Europa, y tenemos el reto de que la conexión entre el mundo de la investigación, por un lado, y la industria y las grandes corporaciones, por otro, sea cada vez mejor y más eficiente. Las startups deben ejercer de transmisoras en esta cadena.
Porque todos estos elementos conforman un modelo económico que tiene un gran poder de transformación de todo el modelo productivo. Un modelo que se retroalimenta y que tiene un fuerte efecto tractor en toda la economía en global. Contar con un sistema universitario y de investigación puntero es la base para disponer de un tejido de startups deeptech referente que sea capaz de transferir el conocimiento al mercado. Este conocimiento será incorporado por la industria local y las grandes corporaciones, que cada vez delegan más la innovación disruptiva en las startups, ya sea adquiriéndolas o desarrollando conjuntamente la tecnología. Y este ecosistema local atraerá a nuevas multinacionales extranjeras, que verán como una oportunidad ubicar en Catalunya sus centros de innovación o I+D porque es donde pasan las cosas. El círculo se cierra cuando investigadores o emprendedores de todo el mundo son conscientes de este hecho y deciden, de la misma forma, establecerse aquí. Es lo que está ocurriendo en Catalunya y lo que nos diferencia de las demás regiones europeas.
Por tanto, es imprescindible que se garanticen las condiciones para que los investigadores e investigadoras sean capaces de convertir en oportunidades de negocio sus desarrollos y puedan crear spin-offs y empresas deeptech que superen las primeras etapas de vida. Porque son estos emprendedores y emprendedoras los que asumen el riesgo de innovar: no todos los desarrollos tecnológicos acabarán teniendo éxito y a menudo tendrán que recorrer un largo camino antes de empezar a facturar, a diferencia de los modelos de otro tipo de empresa que se basan en la utilización de tecnologías maduras. Por eso es determinante que la administración, como hacemos desde ACCIÓ, diseñe instrumentos de apoyo para estas fases iniciales e impulse la colaboración público-privada, promoviendo que el capital riesgo apueste por estos proyectos de futuro y puedan llegar en las mejores condiciones a las siguientes etapas de crecimiento.
Contar con empresas deeptech de referencia es y será clave para garantizar el progreso económico y social de toda la ciudadanía. Serán las empresas que tendrán que hacer frente a los retos mayúsculos que afrontaremos durante el siglo XXI y las que, en definitiva, dibujarán el futuro de nuestra sociedad.