Catalunya sufre un déficit de infraestructuras, con grave impacto en el bienestar ciudadano y en la competitividad económica, que exige una respuesta decidida.
Probablemente sea muy difícil medir con parámetros objetivos la felicidad de las personas. En cambio, sí se puede constatar con cifras el grado de bienestar de una sociedad. En nuestro caso, basta con acudir al Institut d’Estadística de Catalunya (Idescat) y analizar sus registros.
He aquí un ejemplo: los atascos y los accidentes generan malestar en los conductores y pasajeros. ¿Para qué perder el tiempo en la carretera? En lo que llevamos de siglo XXI, la industria del automóvil ha conseguido evidentes mejoras tecnológicas en prestaciones, confort y seguridad de los vehículos. Pero los coches necesitan rutas para circular, y los datos del Idescat se empeñan en empequeñecer estos avances: Catalunya disponía de 12.034 km de vías en el año 2000, exactamente 24 km más que en 2022. No sólo no hemos progresado, sino que hemos perdido capacidades. Mientras tanto, en estos 22 años, el parque de vehículos ha pasado de 4 a 5,38 millones.
Se podría argüir que ahora hay más autopistas y autovías y menos carreteras de sentido único, lo que habría permitido aumentar la capacidad de nuestras vías. Pero lo cierto es que este aumento es muy poco significativo. El trasvase de carreteras a vías de múltiples carriles ha sido de sólo 500 km de los 10.900 km que había en 2000.
Pongamos otro caso: en 2009 se inauguró la nueva terminal del aeropuerto de Barcelona. Ese año, se registraron 27 millones de pasajeros. Ahora, 15 años después, pasarán el doble de usuarios… pero el aeropuerto sigue siendo el mismo. La lista podría seguir citando los casos del ferrocarril (pasajeros y mercancías) o del Metro.
Los datos son demoledores: Catalunya ha crecido un 67% en el PIB por habitante en el período 2000-2022 (un 112% en PIB nominal). En este mismo periodo, la movilidad de las personas –pero también la logística (transporte y suministros)– se ha resentido enormemente, porque los equipamientos que las hacen posible siguen siendo prácticamente los mismos, con una variación cercana a cero.
Actividad económica y financiación
El déficit de las infraestructuras en Catalunya afecta a los ciudadanos de muy diversa forma. Lo hemos visto con la sequía de los últimos años. ¿Dónde estaban las desalinizadoras cuya construcción estaba planeada y aprobada hace más de una década? Las construcciones relacionadas con el ciclo del agua también proporcionan bienestar a las personas. Su ausencia, o déficit, o déficit de mantenimiento, provoca un descenso de su calidad de vida.
Como consecuencia de este déficit de infraestructuras, en términos comparativos con otras zonas de España u otros países, hemos perdido competitividad económica.
Las infraestructuras son cruciales, también, para la buena marcha de la economía. Las instalaciones y sistemas relacionados con el tráfico, los abastecimientos o la distribución de productos son críticos para los negocios. ¿Cómo van a invertir las empresas para su crecimiento si los costos por horas perdidas o por las ineficiencias de los modos de transporte recortan su negocio? ¿Por qué va a instalarse en Catalunya una multinacional cuyo negocio este condicionado por la logística si consigue minimizar gastos en otros sitios? En un mundo globalizado, donde las decisiones relacionadas con el capital se toman en términos de retorno, la falta de infraestructuras penaliza a los territorios.
Las infraestructuras, entendidas como el conjunto de instalaciones físicas necesarias para el funcionamiento de una sociedad o economía, son indispensables para el progreso y para el futuro. Las utilidades que generan a personas y compañías mercantiles son tan elevadas que, en la práctica, ellas mismas se financian. Con infraestructuras adecuadas se consigue alcanzar el ciclo virtuoso de más actividad, mayor productividad, mejores salarios, mayor empleo, incremento de la recaudación fiscal. Y eso redunda en el bienestar de las personas, y en el potencial de crecimiento de las empresas.
Como consecuencia de este déficit de infraestructuras, en términos comparativos con otras zonas de España u otros países, hemos perdido competitividad económica.
Obra pública
Catalunya sufre un problema de infradotación pública en infraestructuras por parte del conjunto de las Administraciones públicas. Durante estos años, las cifras de licitación en relación con el PIB se sitúan muy por debajo de los estándares europeos.
Pero es que, además, frecuentemente se da la circunstancia de que las licitaciones terminan no ejecutándose. Ya sea por la falta de diligencia de las diferentes Administraciones públicas, por las pujas desiertas o por la paralización de los proyectos debido al incremento de costes, buena parte de los concursos públicos no llegan a materializarse. Un informe de la Cambra de Contractistes d’Obres de Catalunya publicado en enero de 2022 alertaba sobre el recurrente incumplimiento presupuestario por parte de las Administraciones públicas: desde el año 2013, la ejecución presupuestaria del Estado en Catalunya llegó sólo al 67,1% y la de la Generalitat de Catalunya alcanzó el 77,1%. En 2023, el Estado invirtió en Catalunya menos de la mitad de lo presupuestado: la ejecución se situó en el 45%. Por cierto, en este mismo ejercicio, la ejecución de obra pública (sobre las licitaciones) obtuvo un sorprendente incremento del 165% en la comunidad de Madrid.
Otro informe muy reciente, en este caso de la patronal Foment del Treball, asegura que, desde 2009, el déficit de inversión acumulado se sitúa en los 42.500 millones de euros para el conjunto de las Administraciones públicas, en términos comparativos con lo que sería razonablemente deseable.
Ante esta situación, el sector industrial que represento considera que es imprescindible una inversión extraordinaria y urgente para construir o terminar las infraestructuras pendientes (accesos viarios y ferroviarios al puerto de Barcelona, finalización de la B-40, desdoblamiento total de la N-II, Rodalies ferroviarias, ampliación de aeropuerto…) y una inversión recurrente en obra pública equivalente al 2,2% del PIB.
Una cifra para nada escogida al azar, ya que representa la media de inversión presupuestaria en infraestructuras de los países líderes económicamente en Europa. Esta inversión continuada debe estar basada en una planificación realista, y debería ejecutarse en el tiempo y la forma de manera que se garantice el bienestar y la calidad de vida de la ciudadanía frente a los problemas y retos que plantea el futuro.
La aportación de la industria cementera
Las empresas del sector del cemento ponen a disposición de la sociedad el producto más económico y útil para la construcción de las infraestructuras pendientes y las de futuro. El cemento y el hormigón han sido dos productos básicos para el desarrollo del mundo que hoy conocemos. Su bajo coste, su gran disponibilidad y sus propiedades como la resistencia mecánica, adaptabilidad, resistencia al fuego, inercia térmica, aislamiento acústico, etc, hacen del cemento y hormigón unos materiales indispensables para el desarrollo de la humanidad.
Todas estas cualidades lo convierten en el producto de construcción más indispensable y eficiente, porque el cemento es un producto de proximidad que tiene su origen en la naturaleza, y proporciona protección y seguridad a las personas.
Viviendas, escuelas, puentes, hospitales, túneles, embalses, oficinas, canalizaciones, calles y carreteras, plantas depuradoras, naves industriales, muelles portuarios, muros de contención, parques y jardines, estadios… la lista de infraestructuras construidas en base a cemento resulta interminable y esta es la causa de que el hormigón sea el producto más utilizado en el planeta después del agua. Este es un producto esencial en la vida de las sociedades modernas, sin el cual estaríamos desprotegidos o directamente incapacitados para desarrollar nuestras actividades cotidianas. Porque el cemento es vida.