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Resiliencia urbana, el nuevo reto

En un contexto de emergencia climática, expertos destacan la urgencia de repensar el urbanismo y las edificaciones, priorizando la sostenibilidad y la resiliencia.

Entre el 8 y el 18 de agosto, Catalunya sufrió una ola de calor de 11 días, con picos de 43,8 °C en Vinebre y Benissanet. Este episodio refleja una tendencia creciente de fenómenos extremos vinculados al calentamiento global, que también afectan a la costa, donde playas e infraestructuras muestran signos de erosión y deterioro por el aumento del nivel del mar, según el Centro de Resiliencia Climática (CRC).

“La acción climática se ha convertido en una prioridad social y ecológica”, advierte Carles Ibáñez, director del CRC. “Las sequías y las inundaciones nos alertan sobre la aceleración del cambio climático y la necesidad de repensar los territorios. Por eso es preciso combinar mitigación y adaptación mediante la colaboración entre todos los agentes sociales y económicos”.

Construcción y emisiones

Limitar el calentamiento global a 1,5 °C sigue siendo posible, según el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), el panel científico de la ONU sobre cambio climático. Para lograrlo, es necesario reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 y alcanzar la neutralidad de carbono a mediados de siglo. Superar este umbral intensificaría los fenómenos extremos, aumentaría el estrés hídrico, la desertificación y la exposición de la población a riesgos climáticos, y podría volver irreversibles muchos de sus efectos.

A partir del informe del IPCC, Roger Sauquet, arquitecto y doctorado por la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), advierte: “Si no queremos sobrepasar el calentamiento global en 1,5 °C, debemos reducir las emisiones del sector de la construcción. El CO₂ emitido en la obra nueva, que puede representar un 40 % de las emisiones totales”. Para Sauquet, gran parte de los esfuerzos debe centrarse en la rehabilitación de edificios.

“Si bien es importante introducir nuevos materiales y seguir investigando fórmulas de construcción de bajo gasto energético y emisiones de CO₂, resulta inútil no mejorar todo el entramado normativo y de gestión que impide rescatar edificios abandonados o en desuso”, advierte. “Es una contradicción anunciar mejoras en la industrialización de la vivienda para reducir su impacto en CO₂ y, al mismo tiempo, permitir que miles de metros cuadrados en áreas postindustriales, rurales e históricas permanezcan sin actividad, deteriorados y con riesgo de derrumbe. Por ejemplo, en los centros de ciudades como Cardona, Manresa y Tortosa”.

“Clama al cielo que no se aproveche el gran número de colonias industriales de los ejes estratégicos del Llobregat y el Ter para recuperar vivienda asequible, ni las industrias abandonadas en los contornos del área metropolitana o del Vallés. Y ni hablar del continuo deterioro de masías enteras de centenares de metros cuadrados en Lleida o Tarragona”, critica.

La gestión de zonas inundables y la incorporación de espacios verdes son clave para aumentar la resiliencia urbana.

A menudo, las autoridades aluden a problemas que no son físicos, sino de planeamiento, gestión y estructura de la propiedad, según Sauquet. En este sentido, el arquitecto subraya que es tan urgente mejorar la tecnología de la construcción como agilizar los procesos burocráticos que permitan rescatar estas áreas de gran potencial. “En realidad, conviven las zonas abandonadas que he mencionado con miles de metros cuadrados ya planificados y que aún están por urbanizar”, denuncia. Para abordarlo, el experto propone dos medidas complementarias que deberían aplicarse de manera simultánea:

1. Analizar lo planificado. Antes de hacer crecer un nuevo barrio, revisar el índice de optimización de los planeamientos de cada ciudad. Actualmente, coexiste un grave problema de vivienda con planeamientos de baja densidad que impiden subdividir viviendas unifamiliares de grandes dimensiones.

2. Facilitar la reutilización de estructuras en desuso, como bajos comerciales, edificaciones precarias o los edificios industriales abandonados ya mencionados. Construir una estructura nueva conlleva emitir entre un 30 y 40 % de CO₂ adicional, según el material y sistema empleado.

Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), los edificios generan un tercio de las emisiones mundiales de CO₂ y otro tercio de los residuos globales, principalmente cemento y acero.

Zonas inundables

Entre los fenómenos derivados del cambio climático también figuran las inundaciones fruto de temporales torrenciales y danas. En cuanto a territorios susceptibles de inundarse, los puntos más conflictivos en Catalunya y el área metropolitana de Barcelona son el Delta del Llobregat y el Besòs. El Prat de Llobregat se sitúa en zona inundable al 100%, según Sauquet, quien lo compara con la huerta sur de Valencia. También podrían verse afectadas localidades como Montcada i Reixac o Sant Adrià, muy influenciadas por el Besòs.

“En estas zonas se debería trabajar no solo en planes de evacuación e intervención de los cuerpos de seguridad, sino también en medidas urbanísticas y arquitectónicas para entender y mitigar el efecto de una inundación que seguro se producirá algún día. Estas medidas no implican necesariamente construir barreras, sino comprender que coexisten dos ecosistemas: el fluvial y el urbano. Se trataría de actuar cuando ambos ecosistemas confluyan, básicamente durante la inundación, para que la afectación sea mínima”, puntualiza.

Por su parte, Guim Costa Calsamiglia, decano del Col·legi d’Arquitectes de Catalunya (COAC), también considera que hace falta profundizar en las cuestiones de la inundabilidad. “Es muy importante realizar un planteamiento general de las zonas inundables proyectar correctamente las ciudades, evitando casos como la dana en Valencia”.

El Maresme y sus poblaciones también preocupan al decano del COAC: “El problema es que los primeros asentamientos y núcleos urbanos se han ido edificando en la costa, sin tener en cuenta ni la topografía inherente del Maresme y del Barcelonés ni la pluviometría, con lluvias puntualmente muy intensas”.

“Debemos estudiar los pueblos costeros –recomienda– con la subida del nivel del mar, pero también la posible inundabilidad de zonas anexas a los ríos que, por motivos naturales, pueden hacer que zonas no previstas acaben anegadas en agua, creando grandes desperfectos. Para ello, los arquitectos y urbanistas podemos colaborar con geólogos y biólogos que nos permitan medir los baremos de inundabilidad y proyectar con la seguridad de que lo hacemos bien”.

En cuanto a la Ciudad Condal, Costa recuerda que está “blindada” contra posibles inundaciones desde incluso antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, cuando se empezaron a construir depósitos elevados que aseguraban el suministro de agua e impedían que la lluvia acumulada anegara los barrios del litoral. Hoy día, Barcelona cuenta con 15 depósitos pluviales que alivian el colapso del alcantarillado, y se espera construir 30 depósitos más para hacer frente a temporales torrenciales y posibles danas.

La tendencia creciente de fenómenos extremos vinculados al calentamiento global también afectan a la costa.

Aunque en Barcelona no se contempla un escenario de inundaciones, a la ciudad le ha surgido un nuevo frente en la costa: el retroceso de las playas. “Tal y como lo veo, en zonas muy pobladas, con muchos contribuyentes, no será complicado introducir medidas paisajísticas que mitiguen el impacto del aumento del nivel del mar. Son intervenciones costosas que requieren pedagogía, pero impedirán que la costa barcelonesa se quede sin arena. Y surgirá el debate: ¿debe invertirse también en fórmulas para fijar la arena en zonas como el Maresme o Tarragona, con menos contribuyentes?”, sugiere Sauquet.

Calor extremo

Para Roger Sauquet y Quim Costa, la ola de calor es el fenómeno meteorológico “más preocupante”. Aunque algunos ayuntamientos ya han impulsado planes para crear espacios de sombra y aumentar la vegetación en el espacio público, Sauquet advierte que estas medidas, por muy positivas que sean, resultan limitadas. “Los refugios climáticos, en muchos casos equipamientos públicos o semipúblicos con aire acondicionado, son cada vez más populares pero, a la larga, contribuyen al aumento del CO₂ global. Además, no resuelven el problema de las altas temperaturas nocturnas, que afectan directamente a la salud humana”, señala.

Este año, la Autoridad Metropolitana de Barcelona (AMB) ha puesto a disposición de la ciudadanía 244 refugios climáticos, un 31 % más que en 2024. La red incluye 71 parques, 151 equipamientos –bibliotecas, centros cívicos, mercados, etc.– y 22 piscinas activas durante los meses más calurosos en 31 municipios catalanes, dando servicio a 1,27 millones de personas. Albert Gassull, director del Área de Espacio Público de la AMB, destaca que las playas metropolitanas también se han convertido en auténticos oasis térmicos, especialmente por la noche, cuando las temperaturas no descienden de los 25 °C.

Sin embargo, el gran desafío sigue siendo la adaptación del parque de viviendas, especialmente en zonas densamente pobladas y con sistemas de climatización a gran escala. “Atajar el calor únicamente de forma pasiva es muy difícil. En el clima mediterráneo no basta con aislar las viviendas: es fundamental introducir inercia térmica en las paredes, algo complicado en edificios ya existentes”, explica Sauquet. La inercia térmica, aclara, es la capacidad de los materiales –piedra, hormigón o adobe– para absorber, almacenar y liberar calor lentamente, manteniendo una temperatura interior estable y favoreciendo la eficiencia energética.

Si bien se habla mucho de la aerotermia –los sistemas de aire acondicionado–, se exploran menos los beneficios de la geotermia para enfriar ambientes. Este sistema, hasta cuatro veces más eficiente energéticamente que la aerotermia, funciona mediante el intercambio de energía con el suelo a través de pozos y también puede calentar en invierno. “En ciudades densas, introducir geotermia es complicado, pero se podrían explorar fórmulas compartidas para comunidades de vecinos de uno o dos bloques”, sugiere Sauquet.

Durante la ola de calor, el pavimento de cemento, hormigón y asfalto se calienta intensamente. “En Barcelona se han incorporado pérgolas climáticas con árboles para proteger del sol, aunque yo recomiendo otras soluciones que he visto fuera de Catalunya”, explica. Como ejemplo, en Mérida (Badajoz) han instalado lonas tensadas con un sistema de vaporización de agua que se activa cada 15 minutos. Además, cuentan con un circuito de 300 difusores colocados en edificios que refrescan hasta 13 calles del centro, ofreciendo un alivio efectivo frente al calor urbano extremo.

Pautas para las ciudades

Los entornos resilientes se construyen sobre tres conceptos clave: prevención, adaptación y mitigación de los efectos del cambio climático. Los expertos consultados ofrecen su “receta” para hacer más resilientes las ciudades y municipios catalanes.

En entornos exteriores

– Incrementar las zonas verdes. Gracias al Plan Cerdà, Barcelona cuenta con numerosos árboles dispersos, pero solo posee dos grandes pulmones verdes: Montjuïc y el Parc de la Ciutadella. Ejemplos a seguir serían el futuro Bosque Metropolitano de Madrid o el anillo verde de Vitoria-Gasteiz.

– Reducir el pavimento duro. En Poblenou se han probado sistemas urbanos de drenaje sostenibles (SUD), que perforan la capa de cemento y asfalto para que la tierra pueda absorber el agua de lluvia, recuperando un concepto perdido en la ciudad moderna.

– Comprender el papel del entramado urbano en el ciclo del agua. Es vital desenterrar canalizaciones de torrentes obsoletas, recuperar ecosistemas fluviales y gestionar de forma separada el agua de lluvia y la fecal.

– Cubiertas vegetales en terrazas y azoteas. Estas ayudan a mitigar inundaciones gracias a su capacidad de absorción.

– Aumentar elementos de sombra. Toldos, pérgolas y árboles reducen la exposición solar directa y mejoran el confort urbano.

– Incrementar la capacidad de absorción del suelo. Vegetación, gravas y parterres refundidos ayudan a reducir la escorrentía.

– Estratificar la ciudad según zonas inundables. Así se protege a los servicios esenciales y se proporcionan refugios para quienes viven en zonas de riesgo.

– Planificar la evacuación desde el urbanismo. La edificación puede funcionar como refugio en caso de inundación.

– Utilizar parques y espacios agrarios circundantes para retener y ubicar gran parte del caudal en caso de inundación, aplicando la teoría de las “ciudades esponja”.

En entornos interiores

– Priorizar la geotermia sobre el aire acondicionado tradicional.

– Adoptar inercia térmica en nuevas construcciones. Materiales como BTC, ladrillo macizo u hormigón en masa permiten mantener temperaturas estables y reducir el consumo energético.

– Reutilizar edificaciones y hacer inventario de edificios abandonados.

– Optimizar los proyectos planificados. Esto incluye facilitar la subdivisión de viviendas existentes y repensar el modelo unifamiliar para mejorar la eficiencia urbana.

– Facilitar la gestión de instalaciones y equipamientos abandonados. Incorporarlos al parque construido activo y promover vivienda asequible en estos espacios.

– Limitar las emisiones de obra nueva. Establecer un presupuesto de CO₂ por m² favorecería materiales sostenibles como madera, adobe, BTC o lana de roca.

– Inventariar y reutilizar materiales antes de demoliciones. Esto reduce residuos y emisiones, además de preservar recursos valiosos.

– Aprovechar la digitalización en arquitectura. Escaneo, clasificación inteligente, parametrización e inteligencia artificial permiten optimizar el uso de nuevos materiales, mejorar su puesta en obra y anticiparse a problemas.

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