Hablar bien en público requiere práctica y es una capacidad que los cuadros directivos deberían incorporar a su aprendizaje continuo.
Hablar en público es un reto para la mayoría de los profesionales y una capacidad que en ocasiones es tan importante como los conocimientos técnicos. La misma resulta clave para los cargos directivos, desde los CEO de grandes multinacionales que participan en eventos con miles de asistentes, hasta los cuadros de mando de base que también dedican gran parte de su jornada a cerrar contratos y a motivar a sus equipos.
Simplificando mucho, podemos dividir a las personas en oradores innatos que se desenvuelven con soltura y con naturalidad, y al resto de profesionales que tienen taquicardia ante la sola idea de hablar en público.
Muchos consideran que los grandes oradores han nacido así pero, si les preguntamos, la mayoría nos confiaría sentir el mismo miedo escénico ante una audiencia que los demás y el duro aprendizaje por el que han tenido que pasar para superarlo. Todos somos diferentes y buscar soluciones estándar suele ser un error, pero hay algunas reglas y consejos básicos que nos ayudarían a ser más efectivos:
Reducir el estrés. El estrés siempre está al acecho al hablar en público. Además de la presión, surgen a veces imprevistos –retrasos, problemas técnicos, etc.– que aumentan la ansiedad. Siempre habrá situaciones que escapen a nuestro control, pero actitudes como llegar antes a la presentación, pasearse por el escenario o charlar con el público antes del acto pueden hacer que nos sintamos un poco más “en casa”.
La preparación es fundamental. Aquellos que se sienten intimidados al hablar en público deberían tener siempre un guión, dedicar tiempo a preparar su discurso y practicar cada línea, para ganar la confianza necesaria. Muchos de los oradores con don de gentes consideran que esto limitaría su inspiración. No decimos con ello que uno no deba aprovechar sus capacidades innatas, pero hay que recordar que en una presentación pueden surgir muchos imprevistos que causen una disrupción y que no conviene dejarlo todo a la improvisación.
Romper el hielo con una buena historia. Los ponentes suelen dominar su materia, pero les cuesta establecer esta primera conexión con la audiencia. Para ello, la narración de historias (algo que forma parte de nuestra naturaleza) es una forma de captar rápidamente la atención. Podemos usar narraciones sencillas, con situaciones que nos han ocurrido o que podemos dar como ejemplo para ilustrar nuestro discurso, lo que además lo convertirá en uno mucho más fácil de recordar por la audiencia.
Prestar atención a la postura. Uno de los factores que más influyen en la confianza y en la calidad de la presentación es la postura corporal. Además de un contenido interesante y una buena oratoria, nuestro cuerpo sugiere mucho y adoptar el lenguaje corporal adecuado, en función de lo que queramos decir, puede marcar la diferencia. En general, lo ideal es mantener el cuerpo erguido, prestar atención a los gestos y articular las palabras con calma y autoridad, para transmitir confianza y mantener la atención del público y su predisposición.
Respirar y controlar el ritmo. La entonación es otro de los factores claves. El uptalk –cuando las frases declarativas suenan como preguntas– y el fry vocal –cuando la voz suena baja y áspera, sobre todo al final de las frases– son fenómenos que suelen afectar a la expresión en los momentos de más nervios. Para evitarlos, hay que respirar profundamente, manteniendo ese efecto hasta el final de las frases, para no perder el ritmo y la entonación.
Autoevaluarse, para seguir mejorando. Transformar una ponencia en una charla con la audiencia es una gran satisfacción y, si tras el discurso reina el silencio, es un claro indício de que en algún momento hemos perdido a la audiencia. En ambos casos, hay que reflexionar sobre las causas, para seguir mejorando.
Hablar bien en público es un arte que requiere práctica y una capacidad que los cuadros directivos deberían incorporar a su aprendizaje continuo.