Probablemente sea una muy buena ley de ciencia pública, pero por sí sola no resolverá el problema de la transferencia y sobre todo de la innovación.
Los profesionales que nos dedicamos a la I+D+i, y la sociedad en general, deberíamos celebrar la apuesta por una política clara en ciencia y tecnología. En esta ocasión, se trata de una celebración a medias. La decepción es que la nueva Ley de la Ciencia no es una ley para la innovación, sino una ley pensada para la ciencia pública, puesto que no contempla mecanismos que permitan resolver los problemas vinculados a la innovación privada.
Existen varios aspectos recogidos por la nueva Ley de la Ciencia que el sector privado debe reconocer y asumir como pequeños avances. Lo más destacable y positivo radica en que se proponen incentivos y participación de las empresas en la investigación. Puede parecer una medida menor o incluso anecdótica, pero que las empresas e inversores se vean incentivadas a participar en actuaciones de investigación puede ayudar a que una parte de la producción del sistema de ciencia responda de inmediato a las necesidades del mercado.
Sin embargo, el sector privado es frecuentemente aludido como un actor secundario, limitado a recibir los beneficios de un modelo basado en la I+D+i público.La realidad es que la Ley de la Ciencia no plantea medidas concretas en términos de innovación empresarial y la transferencia de conocimiento hacia empresas y mercado.
Innovación y transferencia de conocimiento
En el capítulo sobre la Estrategia de innovación y transferencia del conocimiento de Catalunya (Capítulo II), todo gira en torno a medidas de ordenación y coordinación de la investigación, los instrumentos y las infraestructuras. Todo parece pensado desde una óptica lineal donde el desarrollo de la innovación tendrá lugar si ordenamos, coordinamos y conectamos.
Esta premisa parte de una visión sesgada basada en la concepción tradicional de los procesos de innovación, la cual se centra en la ordenación y coordinación de la investigación como si hubiera un único camino para innovar y fuera tan simple todo como ordenar la parte pública y mejorar su financiación. Es más complejo, puesto que se debe tener en cuenta que la innovación y la transferencia de conocimiento no siguen un proceso lineal.
Por un lado, la transferencia de tecnología es el movimiento de datos, diseños, invenciones, materiales, software, conocimientos técnicos o secretos comerciales de una organización a otra o de un propósito a otro. En cuanto a la innovación, no espera a los resultados de la ciencia con pasividad y resignación. Explora opciones, atajos y sistemas alternativos, motivo por el cual el proceso de transferencia es tan complejo que, si solo reforzando estructuras científicas públicas se generara innovación, todos los países del mundo invertirían únicamente en ciencia pública y en cantidades que no se discutirían hasta obtener resultados.
Hablamos, por lo tanto, de procesos complejos y dinámicos que no se desarrollan de manera predecible. Son muy difíciles de planificar, sensibles e influenciables por muchos factores externos e internos, como la cultura, la economía, la tecnología, los recursos y las personas involucradas. Tampoco son procesos unidireccionales, puesto que no surgen exclusivamente de la ciencia hacia el mercado. Además, pueden tener efectos retroalimentativos y cambiar el curso original del proceso. Por ende, es importante tener en cuenta que la innovación y la transferencia de conocimiento son procesos fluidos y en constante evolución que requieren un enfoque flexible y adaptable.
El sistema público y el privado
Si hablamos de I+D+i, resulta ingenuo poner el foco únicamente en el sistema público de investigación. Ello implica asumir que la innovación acabará generándose solo mediante la inversión en ciencia pública, la cual genera automáticamente ventajas competitivas empresariales. Eso no siempre ocurre, o al menos no al ritmo que se espera.
Ello sucede porque la investigación y la innovación funcionan con lógicas distintas. La investigación genera conocimiento, que debe ser excelentemente competitivo para ser transformado, a través de la innovación, en productos o procesos que lleguen a la sociedad y tengan valor para el mercado. Consecuentemente, no existe más y mejor innovación solo debido a que haya más infraestructuras de investigación y desarrollo si estas no se enfocan a la competitividad empresarial y están regidas por criterios de flexibilidad, eficiencia, desburocratización, ambición, perspectiva de mercado y, sobre todo, una actitud individual y colectiva capaz de asumir riesgos, equivocarse y con la máxima creatividad y libertad, y proponer soluciones que rompan las reglas del juego.
Cabe matizar, además, que invertir en innovación no debe suponer perder ni un euro de inversión en investigación. No es, por tanto, un juego de suma cero; es necesario seguir invirtiendo en I+D pública sin descuidar las inversiones en tecnología e innovación privada.
Insuficiencia de mecanismos
Llevamos más de 20 años con una ciencia excelente pero que no llega al mercado y seguimos aplicando las mismas medidas. La Ley de la Ciencia es un paso necesario, importante, y probablemente sea una muy buena ley de ciencia pública, pero por sí sola no resolverá el problema de la transferencia y sobre todo de la innovación.
Para facilitar la innovación, sin embargo, sería necesario que la Ley incluyera mecanismos que dieran solución a los problemas de innovación del sector empresarial. Estos mecanismos, a su vez, deben basarse en los siguientes principios generales:
– Promover desde el sector público una ciencia excelente sin apropiarse de la innovación y la transferencia de conocimiento como si fuera todo uno.
– Prestigiar el sector privado, la empresa y el mercado como fuente de riqueza y de creación de valor para la sociedad.
– Mejorar el sistema de incentivos fiscales y de ayudas a la innovación para aquellas empresas que desarrollen proyectos de innovación.
– Apoyar iniciativas privadas o público-privadas que tengan una gobernanza ágil orientada a los retos y donde se abrace el riesgo, no se tema al fracaso y se financie las soluciones que realmente necesitan las empresas.
– Fomentar una cultura de prestigio de la empresa como un lugar donde desarrollar investigación y desarrollo aplicado.
– Disminuir la burocracia y racionalizar las estructuras públicas para que no solapen la iniciativa privada.
– Promover entre los agentes dedicados a la innovación herramientas que sean ágiles, flexibles y experimentales, adecuadas a las necesidades empresariales y que no sean públicas.
– Tratar de generar mecanismos que permitan valorar la innovación ex post para que los proyectos no se vean paralizados ex ante. Es clave prever espacios de pruebas y pilotos (como los llamados Sandbox o entornos controlados).