Es posible que estemos en plena revolución del modo de trabajo y que veamos cómo todo ha cambiado en poco tiempo.
Si a usted le preguntaran: ¿le gustaría trabajar cuatro días a la semana y descansar tres? Es casi seguro que respondería que sí. Sin embargo, si esta misma pregunta se la realizaran a un empresario, en relación con sus trabajadores, es probable que titubeara. Pero, al menos, dudaría. No se asombraría. Y es que, en el debate social, tras la crisis originada por el COVID-19, está la implantación de la weak week. Países como nueva Zelanda y Alemania se han mostrado ya partidarios de esta “semana débil”.
En España, una empresa andaluza fue en enero de este año la primera compañía en implantarla. La mayoría de sus empleados trabajan de lunes a jueves, mientras que el departamento de atención al cliente descansa un día a la semana de forma rotatoria. El resultado de esto ha sido que el servicio ha continuado al mismo ritmo de siempre y que la valoración por parte de sus clientes sigue siendo buena.
La realidad es que, en determinados ámbitos, la posible implantación de una jornada laboral de 4 días parece algo muy lejano. Pese a ello, la historia nos demuestra que no es algo tan descabellado. Antes, se trabajaba los 7 días a la semana. Después, se pasó a un día de descanso para, por fin, alcanzar el que conocemos como fin de semana. Las crisis, las revoluciones, traen cambios y no es de extrañar que esta pandemia traiga este tipo de evolución en la organización del trabajo. Lo estamos viendo día a día. El teletrabajo ha traído consigo la flexibilidad para el empleado, el verdadero trabajo por objetivo.
De una encuesta realizada por Henley Business School en Reino Unido a 2.000 empleados y 500 empresarios ingleses, se extrae que el 77% de los trabajadores observan un vínculo claro entre una semana de cuatro días y una mejor calidad de vida. Además, un estudio de The Washington Post relacionaba una semana reducida con mejores indicadores de productividad. Una de las pruebas más constatables en este sentido fue la realizada el verano pasado porMicrosoft Japón, que implantó la jornada de 4 días durante un mes. Como resultado obtuvo que la productividad aumentó hasta un 40% y ahorró un 23.1% en electricidad, un 58.7% en tinta de impresora y papel y, además, los empleados pidieron menos días libres. De hecho, se estima que disponer de este tipo de jornada en la empresa incide en un ahorro de energía medio de un 20%. Del mismo modo, también se habla de que una jornada de 4 días reactivaría la economía, pues las personas tendrían más tiempo para el ocio y el consumo local. Además, se reducirían los atascos y el uso del transporte público, con la consiguiente disminución de emisiones de CO2.
Es importante que para poder implantar este tipo de jornada sin que afecte a la productividad de la empresa ni al servicio que ofrece a sus clientes se debe estudiar en profundidad cómo organizar los horarios de los trabajadores. Es posible que resulte inviable que una empresa cierre de jueves a domingo, pero pueden organizarse turnos en los que unos empleados trabajen de lunes a jueves y otros de martes a viernes. Incluso implantar una jornada de 6 horas de lunes a viernes cuando sea necesario. Puede parecer difícil de organizar, pero las empresas pueden implantar algún programa informático de gestión de personal y fichaje para que los departamentos de recursos humanos y los propios responsables de equipo puedan gestionar fácilmente al personal, además de conocer las solicitudes de vacaciones que soliciten los empleados, etc. La tecnología sigue avanzando y podemos echar mano de ella para agilizar nuestro día a día.
Lo que está claro es que la pandemia ha trastocado nuestras vidas y muchos de los cambios han venido para quedarse. Es posible que estemos en plena revolución del modo de trabajo y que veamos cómo todo ha cambiado en poco tiempo. El debate está servido.