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Llámenme ingenuo

¿Es incompatible el emprendimiento con la ética? Un sistema que no comprende que la innovación debe ser sostenible, es pan para hoy y hambre para mañana.

Un Unicornio, en jerga startupera, es una compañía valorada en 1.000 millones de dólares.

Tenemos a los más brillantes talentos dedicando la mejor época de sus vidas, tras años de formación y esfuerzo (el suyo y el de sus familias), consumiéndose literalmente por ser los siguientes.

Pero, ¿y si la idea de salir del garaje y convertirse en el nuevo Unicornio es, en realidad, una zanahoria atada a una caña de pescar? ¿Y si ese sueño ha sido cuidadosamente diseñado por un Sistema que ha aprendido a utilizar astutamente a las startups, esas compañías jóvenes y tecnológicas de nueva creación, llenas de energía y ambición, como perfecto laboratorio gratuito de I+D?

Taylorismo

Las compañías establecidas, esos mastodontes de miles de empleados, están en problemas y son absolutamente conscientes de ello.

La innovación no entiende de business plans a cinco años vista. La innovación no tolera los silos, los reinos de taifas, el politiqueo, el clientelismo ni la caspa. La innovación no vive en culturas del miedo, del control, del viejo “El ojo del patrón engorda al caballo”.

La creatividad habita en territorios de transparencia y confianza. De co-creación y experimentación. De ideación, pero también de ejecución.

La idea de Frederick Taylor (1856-1915) de separar la gestión de la compañía de la producción ha quedado obsoleta. Estrategia sobre Operaciones. Cuantos más niveles de jerarquía en los organigramas, más alejados están los managers de las habilidades productivas de sus empleados, de las tecnologías que pueden aplicarse al propio contexto como valor diferencial y, en última instancia, de las necesidades de sus clientes.

Ante esta realidad, algunos de estos gigantes tratan de adoptar sistemas de gestión donde la descentralización aplana la toma de decisión y favorece una comunicación fluida entre técnicos y gestores.

Ya hace algunos años que Holocracia o Sociocracia 3.0 están encima de la mesa de algunos despachos de las plantas más altas. Modelos que permitan reparar el daño que han hecho numerosos intentos de implementación de un agile cosmético.

La alineación de toda la compañía, a todos los niveles, con unos valores y principios que casi siempre les son ajenos, es un precio demasiado alto.

Mucho más alto que adquirir. La gran ventaja de Goliat es que puede permitirse comprar a David por un precio mucho más barato que el de la transformación que necesita simplemente para tener opciones, ni siquiera certezas.

El círculo vicioso

Y ahí está David, emprendiendo con ilusión, soñando con que Goliat se fije en él y le ponga unos cuantos millones encima de la mesa por ese producto que había nacido para ser la nueva forma de relacionarnos con nuestros compañeros de oficina, de contratar seguros, de pedir comida a domicilio, o de desplazarnos en las grandes ciudades.

Eso, en el mejor de los casos. Otros simplemente se vuelven adictos a las rondas de inversión. Olvidan la sostenibilidad del negocio, la aportación de valor a sus verdaderos clientes potenciales, y comprometen las métricas de crecimiento, estrujando multiplicadores.

Y por si todo esto fuera poco, el libre mercado, la competitividad, encuentra un “océano azul” en el discurso de la disrupción tecnológica, e incentiva a esta nueva generación de emprendedores a aprovechar las grietas en la regulación para romper líneas rojas afanosamente bordadas tras años de lucha solidaria.

Las grandes corporaciones absorben, adquisición tras adquisición, a todas estas pequeñas máquinas gratuitas de innovación… y aprovechan ese desplazamiento regulatorio para plantar sus picas en nuevas fronteras sociales, degradando silenciosamente nuestro estándar de Sistema de Bienestar.

¿Es ingenuo emprender desde el propósito? ¿Es incompatible el emprendimiento con la ética? ¿Ser emprendedor era esto?

Un sistema que no comprende que la innovación debe ser sostenible, es pan para hoy y hambre para mañana.

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